El reino de los Sánchez
Se comportaban con la osadía irresponsable de muchos nuevos ricos, sin respeto a las normas, y de no ser por la prensa y los jueces nunca se habría sabido
España da un salto impresionante en el segundo tramo del franquismo y los primeros años de la Transición, con el ascensor social funcionando como nunca. Podrían ofrecer un buen testimonio Sabiniano, salido de una familia de pastores de Gordoncillo, un pueblo de trescientas almas de León, y Pedro, que emigró de la minúscula Anchuras, en La Mancha, a Madrid.
Sabiniano anduvo emigrado por Bilbao, donde conoció a su mujer y nació su hija. Como era un tipo movido y avispado acabó ganando un buen dinero en Madrid con un negocio de saunas, que no era exactamente el summún de la honorabilidad, pero que le aportaba una buena pasta.
Pedro todavía tiene más mérito. Llegado a Madrid se empleó en la banca, pero tuvo el tesón y el mérito de estudiar al tiempo Económicas. Tío avispado, vio pronto el filón del felipismo, se enroló en el PSOE y acabó de gerente del Instituto de Artes Escénicas. Más tarde montó una empresa de embalajes industriales y le fue estupendamente (y más cuando llegaron ayudas del Gobierno, que para más señas presidía su hijo).
La hija de Sabiniano pudo haber estudiado lo que le diese la gana, pues en casa sobraban posibles. Pero no se aplicó demasiado. Renunció a una carrera universitaria y se quedó en un máster de poco fuste.
Pedro dio a sus hijos todas las ventajas de un dinero que él no disfrutó en su niñez. Sobre todo no escatimó en enseñanza. Los dos niños estudiaron en un colegio caro y selecto de Chamartín y más tarde hicieron sus carreras en universidades privadas. Por supuesto hubo veranos en el extranjero para aprender inglés. El segundón de la familia hasta hizo un curso del bachillerato en Estados Unidos con los jesuitas. Tan bien vivían los Sánchez que incluso le pagaron al muchacho más de un lustro viviendo en el lejano San Petersburgo para hacerse director de orquesta.
Los Sánchez y los Gómez prosperaron como cohetes. En una generación pasaron de una España rural e ignota a una burguesía acomodada en Madrid, llena de posibilidades. Pero al parecer los valores morales se les despistaron por el camino.
La hija de Sabiniano y el primogénito de Pedro, embriagados por las novedades deslumbrantes del poder, llegaron a una curiosa conclusión: somos los Sánchez, una especie de nueva dinastía «progresista», y tenemos venia para lo que nos plazca. Todo está permitido y todo le dará igual al vulgo, de entrada porque no se va a coscar de nada.
Así que vamos a enchufar a los amiguetes de la juventud y el baloncesto con puestos ficticios en la Administración creados a dedo, o con el sillón supremo de empresas públicas sobre las que no tienen ni flores. Vamos a enchufar al hermano músico fracasado en una Diputación afín, para darle un sueldo sin necesidad siquiera de presentarse a trabajar y con una situación fiscal borrosa y transfronteriza. Vamos a enchufar a nuestra mujer para que se dé el insólito caso de que le regalan una cátedra universitaria en la Complutense sin tener siquiera un título universitario. Vamos a hacer la vista gorda mientras nuestro ministro mano derecha monta un tinglado de corrupción en el mismísimo Ministerio de Obras Públicas, el que más dinero mueve. Vamos a corromper la política por completo mintiendo en todas nuestras promesas estelares.
Y a la vista de los alardes del monarca del reino de los Sánchez, la zarina se dice: ¡Oh, todo el monte es orégano! Y se lanza al alegre tráfico de influencias, con algunas empresas colaboradoras que casualmente resultan premiadas con opíparos contratos con el Gobierno del líder supremo.
Lo notable es que no nos habríamos enterado de nada de nada si no existiese una anomalía que se llama prensa libre. Por eso no hay que permitir que perturbe el reino de los Sánchez. Urge un gran programa de «fortalecimiento de la democracia» para meter a esos ultras en cintura, cepillándose de paso la democracia.
Se aplaza la vista, pero la Moncloa ha evitado que la seudo presidenta haga el paseíllo con el que han apechugado todo tipo de particulares como ella. El obsequioso y muy enamorado marido ha blindando con vallas el entorno de los juzgados de Plaza de Castilla. El leal Marlaska, que ayer cargó contra el juez Peinado, ha enviado además un tropel de furgones policiales (un despliegue de seguridad que no se acomete en acto alguno de Felipe VI en Madrid). Así están las cosas en una España que vuelve a ser la de Rinconete y Cortadillo, la del «progresismo sanchista», con una nueva casta que se cree que levita por encima de la justicia, la evaluación de la prensa y la verdad.