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06 de julio de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Envidia de la democracia británica? Pues sí

Los laboristas van a barrer hoy, porque en el Reino Unido ya toca un cambio, pero su candidato poco tiene que ver con cierto socialista que ustedes conocen

Actualizada 12:03

Rishi Sunak, de 44 años, elegante y enjuto inglés de ancestros indios, criado en Southampton y que ejerce de primer ministro desde 2022, sin haber ganado las elecciones, sabe de sobra que la semana que viene le tocará una rápida mudanza. Él, su riquísima mujer y sus dos hijas dejarán de ser inquilinos del no muy confortable apartamento de Downing Street para que entre Keir Starmer, de 61 años, también casado y padre de un par de vástagos.

Los conservadores, el llamado «partido natural de Gobierno», dejarán el poder con una toña sonada. La principal razón de su caída es sencilla: llevan catorce años gobernando y en una democracia como la británica toca un cambio, es lo normal. Además, ¡los tories se han cepillado en luchas intestinas a cuatro primeros ministros! Por último, la pataleta nacionalista que fue el Brexit no ha llevado a Gran Bretaña a la tierra prometida, ni ha servido para controlar la inmigración, sino más bien al revés, y el país está un poco oxidado y con la productividad por los suelos.

Sunak, de tez muy morena y orejas salientes, es creyente hinduista, y por lo tanto, abstemio. Su alternativa al morapio ha sido la Coca-Cola, con el legado de un rosario de empastes en las muelas. Starmer, de rostro lechoso, fofito y sonrosado, con un estudiado tupé a la laca, un poco de guitarrista de pop ochentero, no hace ascos a una buena pinta y es ateo.

Sunak es hijo de inmigrantes indios llegados desde África. Su padre trabajaba como médico de familia y su madre poseía una farmacia. De coco muy despejado, estudió con éxito en Oxford y en Stanford, trabajó en el mundo de los fondos y acabó forrándose con uno que fundó con unos amigos. Sunak viste caro y posh y es híper trabajador y detallista, quizá hasta el exceso. Asegura ser hincha del Southampton, pero algunos sospechan que es una pose para parecer más mundanal.

Starmer es hijo de una enfermera y un mecánico, criado en la Inglaterra eterna y un poco soñolienta de una pequeña ciudad de Surrey. Fue concertista en su adolescencia y estudió Derecho en una universidad de medio pelo. Presentará la rareza de que no se graduó en la cuadra habitual de primeros ministros, un colegio privado de élite y luego, Oxford o Cambridge (aunque sí hizo un máster en la primera). Ejerció la abogacía en casos de derechos humanos, por lo que la Reina lo distinguió como sir. Políticamente es un centrista, muy amarrategui y un tanto robótico (aunque guarda ramalazos de humor socarrón). Se hizo cargo del Partido Laborista en 2020, cuando había degenerado en una especie de Podemos bajo la batuta extremista de Corbyn. Su principal trabajo ha consistido en bajar a la formación del monte –empezando por quitarle el tufo antisemita– y volver a convertirla en una opción creíble de Gobierno.

Sunak es un buen administrador, inteligente y capaz de decirle la verdad contable a su pueblo. Pero se la va a pegar, y por muchos motivos. En primer lugar, apuñaló a Boris; un político imposible, sí, pero que desbordaba carisma. Probablemente lo hizo con razón, pero sabido es que Roma no paga a traidores. Luego lo penaliza un factor innombrable: el lamentable y solapado barniz racista que todavía impregna a parte de la sociedad inglesa, que hace que Starmer encarne al inglés «de toda la vida» para parte del público.

El porte elitista de Rishi, con la sonada riqueza de la familia de su mujer, tampoco vende en un momento en que la clase media occidental está achuchada y crece la envidia despectiva hacia «los ricos». Además, se trata más de un gestor aplicado que de un político. Cuando intenta un gesto de cercanía popular, tipo ir a comprar al McDonald’s, la escena siempre le queda poco natural. Tampoco vas a ganar muchos votos de la Inglaterra profunda yéndote a hacerte fotos electoralistas al pub histórico del pueblo... con un refresco en la mano.

El ideario clásico del Partido Conservador cabe en media cara de un posavasos: estado pequeño y poco intrusivo, impuestos bajos y regulación liviana para que prosperen empresas y particulares. Ese razonable recetario liberal fue lo que los convirtió durante décadas y décadas en el famoso «partido natural de Gobierno».

Pero el populista Boris rompió la fórmula mágica. Para conquistar el Muro Rojo, los tradicionales feudos laboristas del alicaído norte postindustrial, se lanzó a las promesas sociales… y para pagarlas –porque en la política inglesa el derroche se penaliza– hizo lo que jamás debe hacer un tory: subir los impuestos. Si a esa traición al ideario clásico unimos el baile de primeros ministros, y las puñaladas internas... y el nulo resultado de la majadería identitaria del Brexit... y la aparición de Reform, el nuevo partido de Farage, que dividirá (para felicidad de la izquierda) el voto de la derecha... pues con todo eso ya tenemos la foto completa del desgaste del Partido Conservador. Les toca irse al rincón de pensar por unos años.

¿Y qué promete Sir Keir? Poca cosa. Tras 14 años de Gobierno tory existen ganas de cambio. Así que le basta con proyectar la imagen de tipo serio, fiable y más o menos normal, lo que en la política inglesa llaman «un par de manos seguras». Apenas se moja. Ni siquiera concreta qué va a hacer para mantener la tienda a flote, si recortes o subidas de impuestos, pues toca cuadrar las cuentas y el círculo cuadrado no existe (den por seguro que los laboristas acabarán en la brasa fiscal). Lo único que repite cada día es que «la economía crecerá», aunque no concreta cómo, y añade que con ello todo mejorará. En realidad solo vende un estado de ánimo.

Sin embargo, no estamos ante un Sánchez. Como anglófilo incurable, confieso que siento cierta envidia de la democracia inglesa, donde echaron a un primer ministro con mayoría absoluta por mentir; mientras aquí el mentiroso amenaza nuestros derechos, instituciones y libertades sin siquiera haber ganado las elecciones. Esa semana, el conservador The Times publicó a las puertas de las elecciones un reportaje crítico con la labor de Starmer en su etapa como abogado de yihadistas. Debajo de esa información aparecía una entrevista que el líder laborista había concedido al diario. Impensable en la España de Sánchez, donde la prensa crítica recibe amenazas, vetos e insultos del presidente y su Gobierno.

Se van los conservadores. Vuelve el Partido Laborista, la alternancia bipartidista de siempre. Miren a la vecina y emocionante Francia, eligiendo entre un Frente Popular radical y el lepenismo, a ver qué paisaje las parece mejor… Ya sé que lo de los británicos no suena muy emocionante: tories y laboristas alternando, y sin gritar demasiado ni prometer milagros. Pero algunos blandengues pensamos que a Occidente le sentaría de maravilla un retorno a la aburridísima política de la moderación y la previsibilidad.

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