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Ojo avizorJuan Van-Halen

Las guerras de la memoria

Esa reconciliación cacareada en las leyes de la Memoria se fue construyendo con el avance de la propia paz y desde luego con la Constitución. Muchos dirigentes de izquierdas, desde Carrillo a Felipe González y a Tarradellas en el exilio, consideraron cicatrizadas las heridas

Actualizada 01:30

Mi admirado Alejandro Muñoz-Alonso y yo fuimos ponentes de la ley de Memoria Histórica en el Senado. Se aprobó en 2007 e inició el camino hacia la ley de Memoria Democrática de Sánchez ya en 2022. Ante aquella tramitación parlamentaria, Rajoy nos anunció que sería la primera ley que derogaría. No se derogó ni teniendo mayoría absoluta, y Alejandro, mi amigo y vecino de escaño, murió sin ver derogada una norma que no pocos consideramos un engendro.

Memoria histórica es concepto intencionadamente incorrecto. La memoria colectiva es la suma de memorias individuales –que chocan, son dispares, se desencuentran– y no forma lo que quieren expresar los inventores de la patochada. Para Gustavo Bueno «el concepto de memoria es esencialmente subjetivo, psicológico, individual: la memoria está grabada en un cerebro individual y no en un cerebro colectivo». Y nos aclara: «la tarea del historiador consistirá (…) en demoler la memoria deformada». Luchar contra la tergiversación y el parcialismo. Justo lo que no es historia.

Desde el acceso a la democracia se promulgaron normas para tratar de compensar situaciones sufridas en la guerra y en la posguerra por personas afectas al bando republicano; más de una decena. Sorprende que en 2007 hubiese tantos afectados sin solicitar la «apertura de las fosas» de sus familiares. De las subvenciones concedidas sólo un 28,2 % se destinaron a labores de localización, excavación, exhumación e identificación de víctimas. El resto fue a congresos, seminarios, estudios, viajes… Las asociaciones favorecidas nutrieron sus arcas. No veo panorama distinto tras la ley de Sánchez. Incluso se localizaron fosas –silenciadas– de asesinados por la izquierda.

Esa reconciliación cacareada en las leyes de la Memoria se fue construyendo con el avance de la propia paz y desde luego con la Constitución. Muchos dirigentes de izquierdas, desde Carrillo a Felipe González y a Tarradellas en el exilio, consideraron cicatrizadas las heridas. Luego, intencionadamente, se revivieron los enfrentamientos entre españoles. Y no obviemos que muchos combatientes del frentepopulismo no lucharon por una democracia sino por un totalitarismo moscovita. Lo declaró Largo Caballero entre otros. Leamos a George Orwell o recordemos el exilio voluntario de Ortega, Pérez de Ayala, Marañón, Ochoa, Clara Campoamor… ante el caos sangriento del Madrid en guerra.

Las guerras de la Memoria siguen ahí. Recientemente «El País» publicaba una entrevista con Arnau Fernández Pasalodos que ha investigado la muerte de su bisabuelo anarquista, uno de aquellos maquis que, éste en el Alto Aragón, lucharon tras el fin de la guerra en la misión imposible de derribar al franquismo tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Los vencedores, y el primero Churchill, garantizaron a Franco que nada de nada. Temían ya a los soviéticos que convertían en comunistas las naciones ocupadas por sus tropas. La investigación sobre su bisabuelo fue el tema de la tesis doctoral de Arnau. Ha publicado «Hasta su total exterminio. La guerra antipartisana en España (1936-1952)» que prometo leer. A su bisabuelo Manuel le denunció un hermano suyo de derechas, se presentó la Guardia Civil en su casa, le encontraron una escopeta y lo mataron. Un asesinato. No comparto alguna parte más ideologizada de su entrevista. pero sí opiniones como que la actividad «guerrillera» existía desde 1936; los anarquistas entendieron así la guerra, y vuelvo a recordar a Orwell.

Desde la otra trinchera he leído un artículo de la economista Aurora Alfaro Velázquez en «La Razón»: «La memoria democrática de mi abuelo». Decidió investigar la muerte de su abuelo Antonio en la guerra. Investigó en archivos, buscó documentos y llegó a conclusiones. Lo procesaron y, como no había delito alguno, el jefe de las milicias socialistas de Jaén pidió al alcalde una acusación «aunque para ello sea necesario decir cosas que no sean ciertas». Su abuelo fue condenado a muerte por un tribunal popular y fusilado. Le acompañó su cuñado. El día antes fueron asesinados dos sobrinos estudiantes de 18 y 21 años. La semana precedente asesinaron a su hermano Edmundo y en aquellos primeros meses de guerra asesinaron en Yeste a cinco primos; nunca aparecieron cuatro de los cadáveres. De aquella partida de asesinos dos fueron juzgados y ejecutados, dos huyeron a la URSS, uno desapareció y el resto fueron condenados a prisión e indultados entre 1943 y 1947. Decenios después, el ayuntamiento del pueblo del abuelo, con mayoría socialista, dedicó una calle y un parque a los dos principales responsables de tantos crímenes en toda lo comarca. Eran los buenos de la historia.

En estos días recibí información detallada sobre la masacre del Tajo de Ronda. Llegó a la ciudad un grupo de las Juventudes anarquistas exigiendo al comité republicano la entrega de quienes figuraban en una lista, hombres y mujeres, además de los encarcelados por católicos, monárquicos o propietarios. Fueron 512 los asesinados arrojándolos al vacío, 100 metros, por el Tajo de Ronda sobre el río Guadalevín. Los arrojaron uno a uno para que durase horas el macabro espectáculo. Más muertos que en Guernica y con más crueldad.

Resucitan las guerras de la memoria gobiernos izquierdistas radicales que promueven enfrentamientos entre españoles y falsean la Historia. Es un disparate porque no pocas familias tuvieron miembros en ambos bandos. Acaso el comodín del odio sirva a los intereses de Sánchez, pero es una canallada. Otra.

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