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19 de septiembre de 2024

Em primera líneaJuan Van-Halen

La voladura del Valle de los Caídos

Sobre el Valle de los Caídos se ha escrito mucho y se ha leído poco. Un libro fundamental es «Los presos del Valle de los caídos», de Alberto Bárcena, de 2015, con una enorme base documental indiscutible; en un principio fue su tesis doctoral

Actualizada 13:34

A principios de julio un presentador y humorista de la SER que responde por Quequé dedicó uno de sus espacios a pedir la voladura de la cruz del Valle de Cuelgamuros, antes Valle de los Caídos. Animó a «llenar de dinamita la Cruz del Valle de los Caídos para volarla por los aires, si puede ser un domingo, mejor, que hay más gente». Apuró más su deseo: «Una vez volado, hay que coger las piedras e ir a todas las iglesias y monasterios para tirárselas a los curas que se hayan follado (sic) a algún niño. Igual nos faltan piedras y tenemos que volar también la Almudena». Este disparate, sin más gracia que la que quiera atribuirle su autor, ha llevado a Quequé a recibir una querella, otra más en su brillante carrera de vulneraciones legales. La acusación es provocación a la discriminación, al odio y a la violencia, que recoge el artículo 510.1 a) del Código Penal. Las investigaciones están en curso.

valle

Lu Tolstova

Este episodio del tal Quequé me recuerda una vieja experiencia parlamentaria en la que un senador trabucaire, Iñaki Anasagasti, afirmó lo mismo, adelantándose a Quequé: «El Valle de los Caídos debería ser volado como se hizo con el puente sobre el río Kwai y la cancillería del Reich». ¿Cómo le explicas a Anasagasti que el puente sobre el Kwai está intacto? En los sesenta tuve ocasión de comprobarlo. También debería enterarse de que el Reichstag había recibido grandes daños en la batalla de Berlín, al final de la guerra, y sólo en 1954 se decidió dinamitar su cúpula por motivos de estabilidad estructural, no por cuestiones políticas.

Anasagasti era entonces un fundamentalista confeso, un talibán, en la línea del fundador de su partido, el controvertido Sabino Arana. ¿Qué diferencia hay entre el deseo del senador vasco y la destrucción por la dinamita y los disparos desde tanques de los históricos y monumentales budas de Bamiyán? Destrucción del arte y de paso de páginas de la Hstoria. El entonces portavoz del PSOE, Cascallana, señaló que coincidía con Anasagasti, pero por esa rara habilidad socialista, o por la suerte, no lo recogieron los medios.

Sobre el Valle de los Caídos se ha escrito mucho y se ha leído poco. Un libro fundamental es «Los presos del Valle de los caídos», de Alberto Bárcena, de 2015, con una enorme base documental indiscutible; en un principio fue su tesis doctoral. Se ha manipulado mucho, cómo no, la Historia con mayúscula. Los voceros de la falsedad se inventaron centenares de muertos durante su construcción, desde 1940 a 1959; en verdad hubo 14 accidentes mortales según testimonio del doctor Ángel Lausín que, además, estaba allí para redimir pena. Los presos fueron una minoría prácticamente irrelevante en el conjunto de los miles de trabajadores de la obra, y llegaban voluntariamente para acortar sus penas y cobrar un sueldo similar al de los trabajadores libres.

En el Valle de los Caídos no hubo trabajos forzados, ni fue un campo de concentración. Los presos pedían trabajar en el Valle porque suponía ventajas para ellos y sus familias. Tenían condiciones laborales similares los libres y los presos. Sus familias se instalaron allí con ellos, si lo solicitaban, en cuatro poblados alzados en el Valle con economato, escuela, hospital e iglesia. Todos los trabajadores, según categorías, presos y libres, cobraban el mismo sueldo. Los presos redimían cinco o seis días de condena, según las épocas, por día trabajado. Muchos de ellos se quedaron en el Valle al cumplir sus condenas, o tras el indulto masivo de 1949.

Como a pocos extrañará, la fuerte carga documental del libro de Bárcena no ha impedido desde su publicación que la mentira haya seguido extendiéndose. En este menester la izquierda es experta. No se apea de su «relato» y buenas pruebas son las leyes de memoria histórica y de memoria democrática, la primera de Zapatero y la segunda de Sánchez. Parcialidad y falsedad contra objetividad histórica que no la garantizan los políticos sino los historiadores.

Guardo hechos y anécdotas de mis etapas parlamentarias, y entre ellos mi trabajo como ponente de la primera ley de memoria histórica –la llamé de memoria «histérica»–, la de Zapatero. La historia quedó a un lado en el debate; a nadie le interesaba la verdad sino la ideología. A veces los portavoces de los grupos parecían entender a qué grado de manipulación se estaba llegando, pero, como en la frase atribuida a Churchill, parecían decir: «Sinceramente sus argumentos me han convencido, pero no han cambiado mi voto».

Recuerdo un Pleno del Senado en que se debatió una moción de Entesa Catalana de Progrés, que proponía la derogación del Decreto-Ley de 1957 que creó la Fundación del Valle de los Caídos y su abadía benedictina. Fui portavoz de mi Grupo y una vez más constaté hasta qué punto ha calado la deformación de la Historia entre nuestros políticos de izquierdas. La moción fue defendida por el senador de IU-EU Joan Josep Nuet, miembro de Izquierda Unida procedente del Partido de los Comunistas de Cataluña. Ya la exposición de motivos contenía alguna perla. Se decía que «en 1984 el Gobierno de Felipe González trató sin éxito de rediseñar la gestión del recinto». El PSOE tenía en 1984 nada menos que 202 diputados. Alguien puede dudar de que si Felipe González hubiera querido «rediseñar» el Valle de los Caídos lo hubiese hecho entonces. Descartó meterse en harina.

Habrá que escribir con cierto detalle sobre la memoria histórica y sus manipulaciones. Me comprometo a ello desde las relecturas veraniegas. Así sea.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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