El socialismo es un desastre (y 3): charlar con un muro
Valorar las medidas a la luz de los números se torna imposible, porque lo de los creyentes socialistas al final es un dogma impermeable a los hechos
La verdad: los famosos ricos del puro son seres casi mitológicos en España, por desgracia escasean. En el jovial país de la cañita y el finde estudiar los datos provoca bostezos. Pero están ahí para quien quiera verlos: nuestro sueldo medio es de 27.000 euros brutos al año y solo un 4,7 % de los asalariados españoles ganan más de 60.000. Los que tienen una nómina de más de 150.000 son ya una rareza: un 0,6 %. Las empresas españolas son raquíticas: el 83 % tienen uno o dos empleados y solo un 4,5 % tienen en nómina a 20 personas o más.
De propina, en la España socialista la cesta de la compra ha subido desde 2019 catorce puntos más que los sueldos, según la OCDE. Únase que soportamos los impuestos más altos de la UE en relación con nuestros ingresos y ya tenemos la foto completa de la mediocridad que ha provocado el larguísimo experimento socialdemócrata, que comenzó con González, se mantuvo en cierto modo con Rajoy y se ha exacerbado con Sánchez.
De propina, tampoco trabajamos bien (aunque paradójicamente nos creemos unos héroes de la laboriosidad). La deprimente verdad es que España es el país grande de la UE con peor productividad tras la súper holgazana Francia.
Pues bien, con este alegre panorama, el Gobierno español trabaja en la instauración de la jornada laboral de cuatro días, una iniciativa del comunismo-pop de Yolanda Díaz. Asombrosamente, el líder del teórico partido liberal de centro-derecha, el PP, que debería encarnar la defensa de los empresarios, ha hecho ya declaraciones abriéndose a esta gloriosa idea. Trabajar menos y cobrar lo mismo sin duda hará que los gandules europeos, muy rezagados además en el tren digital, compitamos con enorme éxito frente a unos asiáticos que curran con denuedo, fabrican casi todo lo que consumimos y pronto barrerán nuestro sector de la automoción con sus coches eléctricos (merced a un ecologismo histérico que vamos a pagar en nuestros bolsillos).
Y en medio de todo esto, me veo charlando con una joven sobre el plan de reducción de jornada. Es una treintañera inteligente, de excelente desempeño laboral, empleada en el mundo del audiovisual y con ancestros militares de brillante carrera. Una persona valiosa. Pero resulta que es como hablar con un muro:
—La jornada laboral de cuatro días es un desastre, va a hacer papilla a los negocios pequeños [le comento].
—Pues yo no lo veo así para nada. A mí me parece muy bien. Trabajar no lo es todo, hay más cosas en la vida [me dice ella].
—Bueno, pero tú ponte en un caso concreto. Una peluquera que tiene una o dos empleadas, o un empresario fontanero con cuatro trabajadores. Si pasan a trabajar un día menos, ¿la peluquera le va a dar a la tijera más rápido y se volverá más productiva de repente porque ahora curra un día menos? ¿Qué hace el empresario al tener que pagar lo mismo por un menor rendimiento? ¿Cómo compensa esas pérdidas?
—Vaya pregunta, pues es bien fácil, contrata a más gente.
—¿Y si el negocio no le da para eso? ¿Qué pasa si tiene los márgenes muy ajustados y con un empleado o dos más pasa casi a perder dinero?
—Pues es su problema, que dejen de explotar a los trabajadores. Ya está bien.
—¿Pero qué tiene que ver lo que estamos hablando con explotar a los trabajadores? Estamos valorando un tema concreto: cobrar lo mismo por trabajar menos y el coste que tiene para los empresarios.
—Los empresarios se forran. Que repartan los beneficios y paguen impuestos, que ya está bien. Yo quiero pagar impuestos para tener buenos servicios públicos, sanidad, educación.
—Bueno, en realidad pagas también televisiones autonómicas que no ves; RTVE, te guste o no; museos de arte moderno llenos de chatarra snob, 17 defensores del pueblo, las embajadas catalanas, todo tipo de chiringuitos en las administraciones, ministerios vacíos de contenido… Pero volviendo al caso: ¿Y si te pasase a ti? Imagínate que tu empresa se viese forzada a cerrar porque con esta gran idea de Yolanda ya no le salen las cuentas.
—Bueno, pues me buscaría otro trabajo. Algo aparecería. Trabajar no lo es todo. Hay que vivir.
Un muro de frontón. Y es la manera de pensar de infinidad de españoles. Se llama resentimiento socialista y alergia domática a los que crean puestos de trabajo. Si no se supera, ese virus acaba desfondado a los países. Y en ello estamos, con máximo entusiasmo peronista de todas y todos.