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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Mafalda? No, somos fans de Manolito

Ahora que se cumplen 60 años de las tiras de Quino se puede hacer balance: el hijo del tendero tenía razón y la niña tremendista, no

Actualizada 16:49

El estupendo dibujante argentino Quino, hijo de emigrantes andaluces, se murió hace cuatro años, a los 88. El artista fue eclipsado por su más famosa criatura, la niña Mafalda, soñadora y contestataria, que nació en 1964 y a la que siguió dibujando hasta que en 1973 se cansó de su enorme éxito.

Mafalda, de mi quinta, cumple ahora 60 años y es festejada por todo lo alto por el «progresismo». En la prensa sanchista pueden leerse las que suenan como una caricatura de la jerga actual de la izquierda: «Defiende el necesario empoderamiento y liberación de la mujer en paralelo a la tercera ola del feminismo y cuestiona la brutal contaminación del ecosistema».

A pesar de una monserga ideológica muy de su época, siempre he leído con agrado las tiras de Mafalda, por la chispa humorística de Quino, la gracia de sus dibujos y sus resultones momentos de ternura. Pero mi héroe jamás ha sido Mafalda, sino el supuesto villano del tebeo, el cachazudo niño Manolito Goreiro. Es el hijo de unos tenderos gallegos, que han logrado montar el Almacén Don Manolo, y el único que del clan infantil que echa una mano en la empresa familiar y se preocupa por ella.

Manolito es pragmático y tosco, como denota ya su porte, con su cabezón cuadrado, su pelo picho, su americana de tendero y un lápiz siempre sobre la oreja para echar cuentas. Mafalda es una soñadora, un poema andante, una máquina de soltar consignas por el cambio y una tremendista de manual, para la que el mundo siempre está a punto de acabarse.

Mafalda, que vive en un hogar de esforzada clase media, la detesta y la tacha de «clase medioestúpida». De mayor quiere ser traductora de la ONU para luchar por la paz mundial. En cambio, Manolito desea convertirse en propietario de una cadena de supermercados y llegar a ser tan rico como Rockefeller. Mafalda detesta la sopa, cuando es un alimento que ha sacado adelante a media humanidad en apuros. A Manolito le encanta la sopa. Cuando Mafalda le endilga uno de sus discursos igualitarios, Manolito replica con su realismo a bocajarro: «Sí, todos somos iguales… solo que algunos arriesgamos un capital».

Desde la atalaya un poco altiva de su supuesta superioridad moral, Mafalda se burla de que a Manolito le guste el dinero y repite un latiguillo clásico: «La plata no da la felicidad». El hijo del tendero responde con uno de sus asertos tan prosaicos como irrefutables: «Sí, ya lo sé… pero me entusiasma la maña que se da el dinero para imitar la felicidad».

Manolito y Mafalda tienen hoy sesenta años. Puedo imaginar a Manolito como dueño de un par de supermercados, casado y con tres o cuatro hijos. Los ha envidado a la universidad y desea que continúen con la empresa familiar. Vota conservador y su vida es metódica, nada emocionante. Pero crea algo concreto y paga cada mes las nóminas de dos docenas de empleados. A Mafalda la imagino como una intelectual «progresista, feminista y ecologista», sin hijos, con un paso por la política peronista y enrolada ahora en el circuito mundial de foros, conferencias y tele charletas de la izquierda, donde sigue predicando que el mundo va de culo, que el capitalismo es odioso, que faltan unas horas para el apocalipsis climático y que no hay futuro.

Entre 1964 y 1973, Mafalda se aburrió de decirnos que el mundo se iba al traste. ¿Tenía razón? Si preguntamos al gran público, probablemente nos dirá que todo está peor que en la etapa en que Mafalda protagonizó sus tiras. No es así. Los datos son demoledores:

1.- Desde 1990 ha caído a la mitad el número de niños que mueren antes de los cinco años. 2.- Las personas en extrema pobreza pasaron de un tercio de la humanidad a uno de diez. 3.- Hoy el 90 % de los niños del mundo acuden a la escuela primaria. 4.- La seguridad en el puesto de trabajo y en las carreteras ha mejorado espectacularmente desde el siglo XX. 5.- El confort doméstico que disfruta ahora cualquier occidental o chino de clase media supera de largo al de un alto burgués de comienzos del siglo XX. 6.- En los últimos cincuenta años se ha duplicado la población mundial, pero el número de desnutridos ha caído un 20 %.

La izquierda «progresista» en realidad vive en la progresofobia, en el pesimismo y el victimismo, lo cual tiene unas consecuencias devastadoras. Ya en el siglo XVIII, en su «Teoría de los sentimientos morales», Adam Smith señalaba que cuanto mayor sea la confianza de su población mayor será la prosperidad de una nación. Si la gente sucumbe al mantra de que no se puede hacer nada, de que esforzarse no tiene mucho sentido, de que los males del mundo carecen de arreglo… el resultado es una cierta parálisis, que lleva a dejar de tomar muchas iniciativas que funcionarían.

Hoy en España cada vez hay más Mafaldas y menos Manolitos, y la cultura oficialista se muestra encantada. Pero los Manolitos conservadores somos tan catetos que dudamos de que el país de los más de cien mil abortos al año, la subcultura del mínimo esfuerza en las aulas, la persecución fiscal del éxito y la negación de toda visión trascendente del ser humano sea la maravilla que nos vende el oficialismo imperante.

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