Golpe de Estado en TVE
El asalto de Sánchez al ente público le confirma como un autócrata agresivo contra la libertad y la separación de poderes
He ido poco a RTVE, la de todos y todas los y las que aplaudan a Sánchez, traten a Hezbolá como a una ONG, escondan los apaños de Begoña, David y Koldo, difundan datos falsos del paro y la economía española, escondan la sumisión ante un prófugo, un golpista y un terrorista y se lancen de cabeza a repetir que el gran problema de España es la ultraderecha.
Acudí una temporada o dos a 'La Noche en 24 horas', cuando la presentaba Víctor Arribas con escrupulosa pluralidad, espartano reparto de tiempos para los entrevistados y un tono reflexivo que le dio una gran audiencia: el premio a ese estupendo trabajo fue su despido y la purga de quienes le acompañábamos en aquella tertulia tranquila.
Lo fulminaron con el primer decreto firmado por Sánchez tras su nefanda moción de censura, que colocó al frente de la corporación a Rosa María Mateo para que pusiera el candado a todo aquello que oliera a crítica al Patrón. Lo segundo que hizo fue cargarse a la cúpula de El País, con periodistas tan decentes como Antonio Caño, David Alandete, José Ignacio Torreblanca, Álvaro Nieto o Maite Rico.
A todos ellos y a otros los llevó al patíbulo por sostener el mismo discurso que toda persona decente, más allá de sus creencias políticas, suscribiría en una sociedad sana: que no se puede llegar a la Presidencia, tras dos derrotas electorales clamorosas en seis meses, comprándole el puesto a los enemigos de España a cambio de facilitarles a ellos su labor.
Ahora Sánchez, que hace un mes resucitó la censura con un 'Plan de regeneración de la democracia' equivalente a un tratado sobre la cirugía firmado por Jack el Destripador, pretende privatizar RTVE para sí mismo, como si no lo estuviera ya.
El asalto a la televisión es, junto al control del Ejército, la invasión del Parlamento y el sometimiento de la Justicia; la clave de bóveda de todo aspirante a dictador. Y todo eso lo ha hecho o lo ha intentado Sánchez, para quien la libertad de información es una conspiración; la autonomía de los jueces, un golpe de Estado y el Senado, una plaga a exterminar con plaguicida.
No es discutible a qué obedece la obsesión mediática de Sánchez: solo hay que ver cómo le tratan sus corifeos a sueldo para entender qué pretende hacer con los pocos medios y los menos periodistas que, con nuestros errores y excesos, aspiramos a algo tan elemental como contar la verdad.
Y tampoco es debatible que, una vez más, aspira a tejer complicidades pagando con lo que no es suyo: a Otegi con el indulto clandestino a los terroristas de ETA, a Puigdemont con una amnistía, a ERC con un paraíso fiscal y a sus amigos del sector con dinero público y licencias.
Los golpes de Estado modernos no necesitan sacar los tanques a la calle, aunque con Sánchez nada debe descartarse, siempre en nombre de defender una democracia supuestamente asediada por las fuerzas de la involución.
A él le basta con cambiar las leyes por lo criminal, tomar el mando en los medios, coaccionar a los jueces y derribar a los rivales con el CNI, la Agencia Tributaria, la Fiscalía General y, por supuesto, RTVE, 'la de todos y todas' los que estén dispuestos a extender una mano para trincar un pellizco y usar la otra para desenfundar una pistola.