Los ovarios de Ayuso
La presidenta madrileña ha hecho más por poner en su sitio a Sánchez que Sánchez por ponerse donde no le corresponde
Ayuso tiene un par de ovarios, una condición femenina que despierta más recelos que los mismos atributos testiculares en el hombre. Si un tipo planta, se encara, desdice y se enfrenta a Sánchez, es un valiente. Pero si lo hace una mujer, se buscan contextos psicológicos para explicar la reacción, como si fuera un sofoco menopáusico o un efecto secundario del ciclo menstrual.
Les pasa en general a las señoras con éxito, que son observadas, juzgadas y sentenciadas con más severidad que los hombres, a quienes siempre favorece el factor genital pese a que está detrás de alguno de los grandes dramas de la humanidad.
Ayuso no desprecia a Sánchez porque esté alterada, busque protagonismo o quiera zamparse a Feijóo, como dicen siempre las izquierdas, con machismo infinito: lo hace porque, desde la lógica, no cabe otra respuesta a la cadena de desprecios, acosos y decisiones contrarias al sentido común, al interés general y a la simple decencia.
Sánchez es igual de machista y señoro que Pablo Iglesias, un macho alfa de saldo, pero algo más perfeccionado en las formas, que añade a ese empadronamiento anímico en un harén repleto de concubinas ideológicas como Pilar Alegría o Isabel Rodríguez, un sectarismo impropio de un hombre de Estado.
A Madrid la confinó en pandemia con un estado de sitio bélico, la insultó por insolidaria pese a ser la única que ayuda de verdad al resto de comunidades, le negó la financiación mínima necesaria para que los Cercanías no fueran a pedales y la ha asediado como si fuera Kiev y él mandara desde el Kremlin.
Y además le añadió una caricatura obscena de Ayuso, presentada como una loca; le cargó el asesinato de casi 8.000 ancianos mientras censuraba una auditoría global de la gestión de la pandemia que le hubiera sentado a él en un banquillo y le achuchó al fiscal general del Estado y a toda la Selección Nacional de Opinión Sincronizada para presentarla como una mezcla de fascista y zumbada sin parangón en la política contemporánea.
Poco ha hecho Ayuso por defenderse de un rival que se sirve de sus poderes y sus lacayos para derribar con malas artes a quien gana en las urnas una y otra vez y soporta, por ello, el acoso a su familia y sus seres queridos, vivos o muertos, desde las mismas trincheras enfermas de odio que buscan argumentos parvularios para defender a la esposa, el hermano o los amigos del ínclito, por la parte sanguínea; y a un etarra, un golpista y un prófugo por la política; promocionados todos ellos al calor del poder tiránico de un Calígula de medio pelo.
Que ahora se permitan decir que Ayuso denigra la liturgia institucional por negarse a rendir pleitesía en La Moncloa a un tipo que la persigue e insulta mientras maniobra para tapar sus vergüenzas personales solo puede pasar en un país desbordado de idiotas a sueldo.
Los mismos que, cuando un maquinista estrelló un Alvia en Santiago y mató a decenas de personas por correr al doble de velocidad de la permitida, echaban la culpa a ADIF y, ahora que la tiene, señalan al azar como causa del colapso ferroviario inducido o tolerado por el Oscarlopitecus que dirige los transportes españoles a título de ministro.
Ayuso, más que presidenta madrileña, es un símbolo de la resistencia, imperfecto pero honesto, que planta cara a un sátrapa de mercadillo con más ínfulas que talento, votos, ideas y energía. Cuando caiga Sánchez llegarán otros a colgarse su cabellera del cinto, incluidos algunos cobardicas del PSOE, pero solo la presidenta madrileña y pocos más podrán decir, sin ofender a la verdad, que ese duro trabajo fue cosa suya.
Posdata. Feijóo ha estado hábil y los presidentes autonómicos también, entendiendo su postura la compartan o no. El debate no es por qué Ayuso no va a La Moncloa, sino por qué Sánchez sigue allí.