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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Ábalos

El exministro es la cabeza de turco para salvar de nuevo a Sánchez, que en realidad no tiene salida

Actualizada 01:30

He conocido y tratado a Ábalos con cierta frecuencia, en público en «Todo es mentira» y en privado echando un cigarro en los descansos del programa de Risto Mejide. Y le cogí cierto cariño, soy así de blando. Es el problema de intimar un poco con políticos: pasa igual que con los toreros y por eso, como aquel brillante crítico que fue Joaquín Vidal, es mejor mantener las distancias y observar sus corridas desde el tendido.

Lo más interesante del personaje es su humanidad, entendida como un compendio de virtudes, defectos, excesos, temores y vicios. Puede parecer extraño señalarlo, pero en tiempos de política robotizada, de manuales y guiones aprendidos y repetidos mecánicamente, es interesante toparse con personas de carne y hueso, como las del bar, la cola del híper o el andén de Cercanías.

Nada de lo que hizo Ábalos para hacerle conquistar el PSOE a un malandrín como Pedro Sánchez produce otra cosa que rechazo. Y lo que parece haber perpetrado a continuación provoca arcadas, con esas escenas extraídas de los peores pasajes de ese género de serie B que ha sido tan a menudo la política en España, con sus tintes de Tito Berni y sus pizcas de 'Faffe' andaluza.

Pero hay algo más infumable aún que todo ello: la miserable actitud de Sánchez con él y la repugnante sumisión a su estrategia de quienes antes lo ensalzaban y ahora aspiran a que todos los dramas, tumores y bochornos del PSOE parezcan cosa suya en exclusiva.

Ábalos no es Gary Cooper, pero sí está solo ante el peligro: es la cabeza de turco escogida por su jefe para intentar salvar el trasero propio, con la inestimable colaboración de ese tipo de sicarios que cumplen siempre las órdenes sin hacer preguntas.

Pero no cuela. Quizá Ábalos fue la llave, pero la caja era de Sánchez, la única firma necesaria para que prosperaran todos los apaños: él aprobó el rescate de Globalia, toleró la siniestra visita de Delcy, dio el permiso para la compra masiva de mascarillas, facilitó el uso de La Moncloa como la oficina de su mujer y aceptó como poco que colocaran a su hermano en Badajoz. Entre otras bajezas.

Quizá tipos como Ábalos sean condición necesaria para el hampa, pero no suficiente: hace falta algo más. Y ese algo más es el presidente del Gobierno: si su participación en los hechos tiene una derivada económica personal, su siguiente estación ha de ser el banquillo de los acusados.

Pero si eso no se demuestra o no existe, su responsabilidad política seguirá siendo igual de insoslayable. No hace falta ser un delincuente para ser indigno del cargo, como bien debería saber quien apeló a esa máxima para zafarse de los malos resultados electorales y asaltar el poder señalando a Rajoy.

A Sánchez no hay que tratarle con tacto porque él no lo tiene con la democracia, las reglas del juego, la ciudadanía y el más elemental sentido común. Hay que exigirle que desnude sus cuentas bancarias, sus bienes y patrimonio y la lista de pagadores que haya podido acumular, por sí mismo o con su entorno familiar, más allá de lo consignado en su declaración anual en el Congreso.

No es una acusación, es una exigencia acorde con la gravedad de los hechos, su propio discurso y su origen político. Y si no hay nada, y ojalá así sea, sus responsabilidades políticas seguirán siendo extremas y la necesidad de marcharse inaplazable.

El debate no es ya si Sánchez tiene futuro político, sino si solo tiene que dimitir con urgencia o además de eso tiene que acabar en el banquillo. Lo demás es un diálogo de besugos para darle una salida que simplemente ya no tiene.

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