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Agua de timónCarmen Martínez Castro

La culpa fue del chachachá

Este episodio remata lo poco que quedaba de esa infección comunista disfrazada de populismo y llamada Podemos que tanto daño ha hecho a la convivencia en España

Actualizada 01:30

Puestos a inventarse excusas, no veo por qué el heteropatriarcado o el régimen neoliberal han de tener más respetabilidad que el chachachá. El caso es echarle la culpa a algo y tiene mucha más gracia ese volverse caradura por casualidad, como dice la canción, que el bodrio que nos ha endosado Errejón en su despedida. El defenestrado portavoz de Sumar también podría haber recurrido a aquello tan socorrido de que pusieron droga en el colacao, pero parece que él solito se las apañaba muy bien para ingerir sustancias sin necesidad de colacao alguno.

Errejón bien podía haberse ahorrado y habernos ahorrado a todos su pretencioso e hipócrita escrito de dimisión y hacer mutis silbando la canción de Gabinete Caligari, como Cameron en su despedida; hubiera sido más digno y más respetuoso con la realidad, pero no fue así. En un último acto de impostura, el portavoz de Sumar ha pretendido presentarse como una víctima solo cinco minutos antes de que le echaran por agresor. Digno colofón a la colección de supercherías que ha constituido su trayectoria política.

Este episodio remata lo poco que quedaba de esa infección comunista disfrazada de populismo y llamada Podemos que tanto daño ha hecho a la convivencia en España. Esa izquierda censora e hipócrita que lleva años dedicada a buscar el revanchismo y la fractura entre los españoles bajo la ficción de su supuesta superioridad moral se está haciendo un impúdico harakiri ante los ojos atónitos del personal. Errejón es el personaje principal, pero no el único protagonista de este vodevil. Tras él desfilan la denunciante que lleva tres años pensándose la denuncia, la aspirante a suma sacerdotisa de un #metoo castizo que amenaza con constituir un ejército tuitero de linchadoras profesionales, el enemigo íntimo que se cobra la revancha de sus disgustos con el chalet, las aguerridas feministas que durante este tiempo ignoraron o taparon las denuncias e incluso las periodistas de la cuerda que estaban al tanto de los hechos, pero también optaron por callar; un fastuoso retablo de hipocresía y doble moral.

Que toda esta operación apeste a venganza cainita no le resta un ápice de sofoco al colapso de tanta moralina y grandilocuencia que estos pesados nos han endosado durante años.

No hay cortafuego que valga para atajar el descrédito que este episodio ha traído a la izquierda, tampoco lo encuentra Pedro Sánchez para aislarse de las redes de corrupción que han llegado hasta el corazón mismo de su gobierno y de su familia. Las cartas tramposas y autoexculpatorias, las firme Íñigo Errejón o nuestro enamorado presidente del gobierno, solo son una patética treta para evadir sus responsabilidades e intentar exprimir una última gota de crédito político a su derroche de impostura.

No hay cortafuego posible, ni droga en el colacao con la que eludir sus responsabilidades y eso les tiene de los nervios. Unos y otros conocen muy bien cómo acaba esta película. Se trata de un guion que escribieron hace años y al que le sacaron un gran beneficio, pero ahora los protagonistas son ellos. Hasta Errejón se ve acosado en la puerta de su casa como un día se vio Rita Barberá.

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