La banalización de la tragedia
«Sin un mando único y un Estado de emergencia todo son parches; un quiero y no puedo y todos comparten, o sea eluden la responsabilidad. Estamos asistiendo a la sensiblería solidaria para eludir la acción firme gubernamental. Y la ciudadanía puede que finalmente se dé cuenta. Dios lo quiera.»
Presenciar desde el otro lado del Atlántico la mayor parte de la tragedia que ha vivido España esta semana, al menos de cómo hemos ido teniendo conocimiento de ella, creo que me da una perspectiva ligeramente más objetiva a muchos de mis compatriotas que la han visto desde mucho más cerca. Una vez más hemos visto cómo en España, cuando hay una gran tragedia, la izquierda intenta sacar partido político de ella y culpar a la derecha en la medida en que hayan tenido una parcela de poder.
Lo vivimos el 19 de noviembre de 2002 cuando el petrolero Prestige, de bandera de Bahamas, se partió frente a las costas gallegas y causó una tragedia ecológica por un vertido inmenso. La izquierda española se empeñó en culpar a los Gobiernos de Manuel Fraga y José María Aznar del accidente y en convertir aquella tragedia en un arma electoral que, desde luego no les funcionó en las siguientes elecciones de Galicia.
Lo vimos en el 11-M (2004) en la manipulación más grosera de un atetado terrorista en la que el Gobierno en funciones de José María Aznar, con Ángel Acebes al frente del Ministerio del Interior, dejó prácticamente toda la investigación policial realizada y los autores materiales de la barbarie identificados. Pero las elecciones se celebraron tres días después de los atentados y el resultado de la manipulación de la opinión pública que hizo el PSOE le dio los resultados buscados.
Lo hemos visto de nuevo en la tragedia del 29-O en Valencia cuando todas las autoridades españolas, sin excepción, no fueron capaces de entender la verdadera gravedad de las alertas meteorológicas que hizo la AEMET ese día. Como bien se ha explicado en El Debate, aunque se haya intentado desde el Gobierno de la nación echar la culpa al Gobierno de la Generalidad valenciana, lo cierto es que a lo largo de la mañana del martes 29 hubo cuatro avisos de la emergencia que se aproximaba, pero en la rueda de Prensa del Consejo de Ministros de esa misma mañana no se hizo ninguna advertencia de la gravedad de lo que iba a ocurrir. Hoy en día, la ministro portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, está para otras cosas. Y la propia delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, Pilar Barnabé fijó la primera petición de ayuda a la UME cinco horas antes de lo que la había determinado el ministro Ángel Víctor Torres. Porque aquí, de lo que se trataba era de sacar rédito político de la tragedia. El ministro Grande-Marlaska estaba muy cómodo haciendo comunicados contra el presidente de la Generalidad, Carlos Mazón. Quizá hubiera sido más práctico para todos si le hubiese llamado para preguntarle qué necesitaba, especialmente considerando que en esa comunidad la Guardia Civil, la Policía Nacional y Protección Civil dependen de Marlaska, no de Mazón.
En todo caso, esta tragedia ha evidenciado que nuestro sistema tiene grandes carencias que prueban su ineficacia y la incompetencia de sus gestores, tanto nacionales como regionales. Algunos de los cuales, además de ineptos han tenido actitudes canallescas. Y visto todo ello desde la distancia, con la cobertura de los grandes medios audiovisuales, acrecienta la impresión tercermundista que ha dado la política española en las últimas semanas, con la corrupción de la familia del presidente del Gobierno impregnándolo todo y el fiscal general del Estado en un asedio legal de tal calibre que llega la policía judicial y se lleva su teléfono y su ordenador. ¿Alguien cree que don Alvarone puede desempeñar así sus funciones?
Un sistema en el que se produce una tragedia así y cinco días después no se ha declarado como catastrófica la zona afectada por la inundación, pero 24 horas después el Parlamento (una parte de él) tuvieron tiempo para colocar a once amiguetes como consejeros de RTVE a 100.000 euros al año es un sistema que está en estado terminal. El sistema falla por la base. Como me decía el pasado viernes un buen amigo: «Sin un mando único y un Estado de emergencia todo son parches; un quiero y no puedo y todos comparten, o sea eluden la responsabilidad. Estamos asistiendo a la banalización de la tragedia y a la sensiblería solidaria para eludir la acción firme gubernamental. Y la ciudadanía puede que finalmente se dé cuenta. Dios lo quiera.»
Y visto desde el otro lado del Atlántico, no saben cuánto conforta ver en Estados Unidos cómo políticos de todas las ideologías invocan el nombre de Dios ante todas las adversidades. Cuánto podríamos aprender de ellos.