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Lobato y la pleitesía a Begoña

La imagen del rival de Ayuso en Madrid ejerciendo de paje de la investigada por los pasillos de la Asamblea –junto al jefe de Prensa de Ferraz–, es demoledora y probablemente le perseguirá durante el resto de su carrera

Actualizada 01:30

Juan Lobato tiene 40 años, es padre de tres hijos y técnico de Hacienda del Estado. En Madrid le conocemos porque fue alcalde de Soto del Real, rompiendo la tradición de un municipio que históricamente había sido feudo del PP. Fue alcalde, y muy buen alcalde. De modos educados y una visión de la política a la antigua usanza, ejerciendo sus funciones con respeto institucional, llegó a incorporar en sus equipos a personas que no militaban en el PSOE. En 2023 decidió con alto riesgo liderar un proyecto fracasado, hundido, víctima de Zapatero y Sánchez: el socialismo madrileño. Usado por los dos presidentes del PSOE como su finca particular, el PSM ha perdido su condición de primer partido de la oposición en la Comunidad, posición que le ha birlado el Más Madrid de Mónica García. Lo cual, viendo la estatura política de la ministra de Sanidad, no deja de ser un desdoro mayúsculo.

Lobato no ha sido nunca del gusto de Moncloa, porque cree en la socialdemocracia y no en el proyecto cesarista de un individuo. De hecho, sentó muy mal aquella frase suya cuando advirtió que había «dudas» entre la militancia por la ley de amnistía. Una verdad como la catedral de la Almudena. Tanto molestó a Sánchez ese ataque de sinceridad, que mandó a Santos Cerdán a que conspirara contra su propio barón en un encuentro secreto con los alcaldes de Fuenlabrada y Getafe. El objetivo era conformar una candidatura alternativa al líder madrileño. Finalmente, la sangre no llegó al río y el 28 de mayo de 2023 Lobato encabezó la lista electoral, que mejoró los registros anteriores, y se quedó a solo dos décimas de recuperar la jefatura de la oposición, aunque la debacle del poder municipal fue estratosférica. Pedro depuso las armas porque la nómina de amigos para hundir al socialismo madrileño se estaba agotando: desde los zapateristas Miguel Sebastián y Trinidad Jiménez a Pepu Hernández, su entrenador en El Estudiantes. Todos tocaron fondo en las elecciones.

Hace unas horas, Lobato tuvo que protagonizar –o no supo o quiso evitar– una foto muy poco favorecedora para él y para todo su grupo parlamentario, actuando de escudo de una ciudadana que va de profesional independiente a tiempo parcial, pero cuando se defiende de una investigación judicial por tráfico de influencias se esconde detrás de su condición de consorte presidencial y, por tanto, objetivo de una campaña «de bulos». Es verdad que el equipo que dirige Lobato no es lo más granado de la política española: cómo olvidar a José Marcano, autor de aquella frase para el mármol que acusaba al PP de «tener envidia al presidente porque está muy bueno» o el propio miércoles, otro lumbreras, el diputado Jesús Celada, pretendió que la presidenta de la comisión expulsara a los medios de comunicación para que no sacaran a la catedrática negándose a declarar. Este es el nivel.

La imagen del rival de Ayuso en Madrid ejerciendo de paje de la investigada por los pasillos de la Asamblea –junto al jefe de Prensa de Ferraz–, es demoledora y probablemente le perseguirá durante el resto de su carrera. Es una manera de infantilizar a Gómez, que ya demostró que está en Barrio Sésamo de oratoria cuando tuvo que leer dos frases sobre su trayectoria laboral, incapaz de improvisar ni una letra. Comprendo que sostenerse en los sillones políticos es complicado cuando en lo alto del organigrama hay un autócrata que no permite la más mínima discrepancia interna y que exige la capitulación de cualquier principio moral que suponga un obstáculo para su permanencia en el poder, pero hay ruedas de molino con las que si uno comulga termina ahogado. Tragarlas es tanto como poner al servicio de la mujer del jefe toda la legitimidad de tu papel de diputado madrileño.

En la carta que firmó Lobato para defender a Gómez y justificar su papel de escolta en la no declaración de la –según el magisterio de Patxi López (este es otro)– presidenta, el líder madrileño habla de «nuestra compañera Begoña Gómez». Hombre, resulta hilarante ver depositar en su condición de militante socialista el despliegue que su grupo hizo para arropar a la imputada. Que se abone Lobato al mantra de los bulos y del fango de la ultraderecha es como poco sarcástico teniendo en cuenta que él ha sido objeto precisamente de las campañas de Moncloa para cargárselo de la Secretaría General del PSM.

Creo que la talla política del diputado de la Asamblea no se compadece con el papel gregario, ridículo, que asumió como guardaespaldas de una señora que está siendo investigada, entre otras cosas, por haberse apropiado indebidamente de una herramienta informática que forma parte del patrimonio de la primera universidad pública española. Es decir, por birlar el fruto de los impuestos de los madrileños, a los que Lobato representa. Aunque el rector Goyache no sepa todavía si ese software existe o no, lo que sí sabemos es que el dirigente socialista madrileño perdió anteayer la oportunidad de marcar distancias con la inmoralidad conyugal que habita en Moncloa. Es cierto que, si se hubiera negado, el presidente hubiera puesto precio inmediato a su cabeza política. Pero total, en cuanto se le crucen los cables lo hará y el papelón de Lobato ya nadie lo borrará.

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