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Pecados capitalesMayte Alcaraz

La comida de Mazón

Quizá los políticos no deberían dedicar su tiempo a traficar con informaciones para granjearse el favor de un periodista. Moncloa ha encontrado un cuasi cadáver político tras el que esconder su absentismo doloso

Actualizada 01:30

Los titulares rezaban: «Mazón pasó horas comiendo con una periodista (Maribel Vilaplana) mientras Valencia se anegaba» y «Mazón empezó a atender llamadas tras la comida con la periodista cuando la alerta ya era máxima». La noticia la han publicado casi todos los medios este fin de semana. Puede que el presidente autonómico hiciera dejación de funciones aquel mediodía del 29 de octubre. Y eso es lo grave. Estuviera donde estuviera. Pero no porque participara de ese almuerzo con una periodista. No seamos hipócritas. Seguro que hay compañeros de esos diarios que también han comido con el barón popular, e incluso los habrá que extendieron el almuerzo durante horas para conseguir alguna exclusiva que llevar a su portada. Estoy por apostar que no pocos informadores han asistido a sobremesas con responsable públicos que les han ofrecido dirigir una televisión autonómica, o una radio, o un cargo en su gabinete de prensa o una dirección general de Comunicación. Incluso los hay que lo aceptaron y han usado las puertas giratorias sin ningún recato.

Quizá los políticos no deberían dedicar su tiempo a traficar con informaciones para granjearse el favor de un periodista, ni el presidente de una Comunidad debería poseer la prerrogativa de colocar en la dirección de una televisión pública a un profesional de su misma cuerda, ni por supuesto es higiénicamente democrático que un representante político premie a periodistas amigos con cargos públicos. Sánchez es un maestro en pasear por Ministerios, organismos oficiales y medios de comunicación estatales a colegas bien mandados, compañeros de clase y entrenadores. Y en todos los partidos cuecen estas habas. Es bueno que los lectores de prensa y los votantes lo sepan. Así que no me trago tanto aspaviento por parte de mis colegas, activistas de una campaña para cargarse al PP valenciano, parecida a la del Prestige, que el sábado cristalizó en una manifestación convocada por el nacionalismo pancatalanista. Moncloa ha encontrado un cuasi cadáver político tras el que esconder su absentismo doloso.

Una vez entrevisté a Julio Anguita y me contó que él nunca dedicó las horas de las comidas a compartir mesa y mantel con periodistas porque consideraba que los ciudadanos no le pagaban para ello. Me dijo además que eran encuentros para trabar relaciones personales que podían interferir, para bien o para mal, en la «aséptica» relación entre la prensa y la política. Aseguró que no eran saludables esos trapicheos que los partidos bautizan como «almuerzos de trabajo». Creo que tenía razón, lo que no sé es si hay alguien que se abstenga de ese compadreo con periodistas. Me temo que no.

En el contexto de la DANA, esos titulares sobre Mazón tienen una carga semántica importante. Lo que se quiere transmitir es que el responsable autonómico se dedicó al ocio en lugar de atender una emergencia que se ha llevado por delante la vida de al menos 214 personas y dejado sin casa a miles. Soy de las que creen que el presidente valenciano está achicharrado y que la gestión de la alerta temprana fue nefasta, en manos de una consejera que no parece la mejor dirigente en momentos convulsos. Ahora bien, hay responsabilidades mayores que la suya. Las del Gobierno de España, sin ir más lejos, que se puso de perfil para que el líder regional se cociera en su propia salsa. Pero lo que me parece de aurora boreal es intentar asociar al barón valenciano con perversas insinuaciones, con mañas impropias del periodismo serio. Curioso que quienes las sostienen son algunos de los que tantas lecciones de deontología dan a los demás.

Mazón debería haber levantado la mesa mucho antes de lo que lo hizo. Pero a esa hora seguro que comían muchos más políticos que también estaban concernidos por la tragedia. Sin ir más lejos, Pedro Sánchez, que lo hizo bien agasajado por las autoridades indias, adonde había viajado con su mujer; esa imputada que ha almorzado muchas veces con Javier Hidalgo, cuya aerolínea, Air Europa, recibió 450 millones de ayuda del Estado. Estoy por asegurar que también compartió viandas con Víctor de Aldama, encarcelado por embolsarse dinero público. Porque comer, comer, comen todos y muchos de ellos con quienes no deben. Hasta los diputados del PSOE lo hicieron el día 30, veinticuatro horas después de la tragedia, para asaltar el Consejo de RTVE sin importarles el drama de miles de compatriotas.

El día de la riada seguro que Margarita Robles también mató el gusanillo mientras racaneaba la ayuda militar a Valencia para no ponérselo fácil a Mazón. Tampoco debió quedarse en ayunas Marlaska, ministro del Interior, que supo desde primera hora de la mañana, gracias a Seguridad Nacional, que se acercaba una emergencia devastadora por el este de la península. Por no hablar del buen tentempié que se tomó en Bruselas la ministra Teresa Ribera, responsable número uno de advertir a Protección Civil del desbordamiento de ramblas, barrancos y cauces de los ríos. Ya sabemos que la directora de Protección Civil y Emergencias, Virginia Barcones, estaba en un avión hacia Brasil para participar en un foro del G-20. Seguro que la compañía aérea le dio unos magníficos snacks. Y ¿dónde repusieron fuerzas los responsables de la Confederación Hidrográfica del Tajo y de la Aemet, piezas claves ambos?

Diana Morant, la ministra de Ciencia, que nada pinta en Valencia —salvo que es la candidata que Sánchez quiere colocar en la Generalitat— también comió de maravilla el 29 de octubre antes de colarse en todas las fotos con su jefe. Y puestos, tampoco estaría mal saber dónde y con quién compartió velada Yolanda Díaz, tan preocupada hace meses por los pellets que no causaron ni un muerto, pero que el día de autos estaba escondida para evitar que el caso Errejón la aniquilara.

Así que muy mal por Mazón si es verdad que no atendió llamadas que terminaron siendo vitales, pero estoy por apostar que el establishment socialista aquel terrible día de finales de octubre no pasó hambre.

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