Navidad
Poco a poco, el sentido profundo de la Navidad, la Natividad del Hijo de Dios, va perdiendo su protagonismo. Y para colmo, las cabalgatas de Reyes. Las interminables cabalgatas de Reyes con las carrozas anunciando marcas comerciales mientras sus ocupantes lanzan caramelos a los niños
O he confundido lo que vi de niño con una fotografía en blanco y negro, o puedo jurar —y conozco la trascendencia del juramento—, que una mañana de diciembre contemplé a la pavera bajar por la calle de Ayala con su palo guiando a un grupo de pavos que ofrecía a los paseantes. El problema de los recuerdos de la niñez en quienes estamos en la delantera del anfiteatro para abandonar este paso por la vida, es su ausencia de color. Son memorias en blanco y negro. Mi Navidad infantil ha perdido los colores y siempre me viene, familiar y feliz, en blanco y negro. Un enorme Nacimiento en blanco y negro en el que cantábamos por las tardes villancicos a un Niño Jesús ausente, porque nuestra madre era estricta con las fechas y los hechos, y Jesús se colocaba en su portal, entre la Virgen y San José, la mula y el buey, en Nochebuena. Del mismo modo que los tres Reyes Magos y su comitiva, llegaban al Portal de Belén el día 5 de enero por la noche, antes de acostarnos con los nervios de la espera, de las ilusiones de la mañana de Reyes. En el colegio, mis compañeros me abrieron los ojos y machacaron mi inocencia con seis años, pero en mi casa, oficialmente, creí en los Reyes hasta los nueve años. En el colegio y también por culpa de mi hermano José Luis, que me despertó de madrugada en una noche de Reyes para tenerme informado de los acontecimientos. —¿Has pedido, entre otras cosas, un Juego de la Magia Borrás, los Juegos Reunidos Geyper, la caja grande de lápices de colores «Caran D´Ache», un balón de fútbol, un Zoo, y una escopeta que dispara balas de goma? —Sí, le respondí—; —pues tranquilo, porque todo eso te lo han traído los Reyes, y más juguetes que no recuerdo ahora mismo—. Y por lógica, me entraron las dudas.
Entrábamos en el prodigio de menor a mayor. Y corríamos hacia las esquinas donde habíamos puesto nuestros zapatos. De ahí, a Misa de 9 a los Carmelitas de Ayala. Siempre con la mala fortuna de que el oficiante era el Padre Prior, don Joaquín Guash, muy aficionado a no saber terminar sus homilías desde el púlpito. De vuelta a casa, el desayuno, los roscones, y de nuevo, los regalos de los Reyes. Por la tarde, también en blanco y negro, la recogida de los regalos, y el fin de la Navidad. El 8 de enero, comenzaba en El Pilar de Castelló el segundo trimestre. —¿Te han traído muchos regalos los Reyes?—; —muchísimos—; —pareces tonto. Los Reyes son los padres—; —ateo—.
Pero, regalos aparte, la Navidad se celebraba con todo el sentido cristiano de la fiesta. Nacía el Niño Jesús, se cambiaban de lugar las figuras del Nacimiento, se cantaban villancicos, un año nuestra madre cedió, y puso un árbol navideño, con sus bolas y sus luces. En mis tiempos de niño, no tenían ninguna influencia ni Santa Claus ni Papá Nöel. —A esos gordos no se les ha perdido nada por aquí—. Pero un año, mis padres trajeron de Londres unos gordos de rojo con una bombilla en su interior, y el árbol de Navidad fue invadido por las costumbres de fuera. Una catástrofe, una rendición. Hoy nos han colonizado, y el gran Nacimiento de las casas se limita al portal y la síntesis del Misterio. Santa Claus por arriba, Santa Claus por abajo, y los pelmazos de los renos.
Poco a poco, el sentido profundo de la Navidad, la Natividad del Hijo de Dios, va perdiendo su protagonismo. Y para colmo, las cabalgatas de Reyes. Las interminables cabalgatas de Reyes con las carrozas anunciando marcas comerciales mientras sus ocupantes lanzan caramelos a los niños como si fueran pedradas a dar. Y Baltasar, un blanco tiznado de negro, para redondear la fiesta.
En mi casa, todavía no. Mi mujer se pasa tres días montando el Nacimiento. Cuando acudo en su ayuda, me ruega que abandone mi colaboración. Y nuestros nietos cantan villancicos, y los Reyes se acercan diez centímetros cada día al Portal de Belén, y el 24 por la noche, aparece el Niño en el Portal y todo cobra sentido.
El Niño Jesús ha nacido.
Y ahora, todo lo que entra por mis ojos es una sinfonía de colores vivos, que se mantienen a pesar del blanco y negro de nuestros recuerdos de niños.