Esas fotos kitsch de los Reyes
En España hay varios fotógrafos formidables capaces de componer retratos con hondura y verdad, en lugar de unas imágenes de anuncio de colonia
La estadounidense Annie Leibovitz, de 75 años y premio Príncipe de Asturias, está considerada la más importante fotógrafa viva. Ha retratado a todo el mundo VIP, de artistas a gobernantes pasando por monarcas, y lógicamente es autora de algunos trabajos muy notables. Su foto más famosa es un retrato de John Lennon desnudo junto a Yoko Ono, en mi humilde opinión bastante cutre y de bajo valor artístico, pero que disfruta del plus de que se tomó solo cinco horas antes de que el beatle fuese baleado por un tarado en el portal de los apartamentos Dakota, su residencia neoyorquina.
Leibovitz es noticia por aquí porque el Banco de España le ha comisionado sendos retratos de nuestros Reyes. Han sido desvelados en medio de una gran expectación y han costado 137.000 euros (lo cual entra dentro de lo normal si se recurre a una diva de ese calibre). No soy experto en fotografía, pero sí una persona de cultura media con un interés por la belleza y la calidad de las artes, desde la música a la arquitectura, pasando por la literatura y la pintura. Y creo que me voy a atrever a decir lo que está a la vista y parece que nadie quiere decir: los retratos de Felipe VI y la reina Letizia que ha hecho Annie Leibovitz son una horterada kitsch, de un barroquismo huero y falaz. No hay fondo ni verdad. Son como un anuncio de colonia de una revista pretenciosa en papel de alto gramaje, de esas que duermen olvidadas en las suites de los hoteles caros.
El neyorquino Richard Avedon, que se murió en 2004, es probablemente mi fotógrafo favorito. Comenzó en el mundo de la moda, pero acabó convirtiéndose en un retratista formidable. En sus sesiones creaba una intimidad con sus retratados, incluso los retaba con preguntas y observaciones, los provocaba un poco para que aflorasen pellizcos de sus almas. El resultado es que Avedon era capaz de crear una sugerente obra maestra solo con una cara fotografiada en blanco y negro contra un fondo vacío. No necesitaba nada más. No le hacían falta los filtros barrocos de Leibovitz, sus máscaras de irrealidad. Ahí está, por ejemplo, su retrato de los desdichados duques de Windsor, tomado en 1957. Es un primer plano de la pareja que lo cuenta todo sobre su psique. Se trasluce el poso nervioso y ansioso de Wallis. Se ve la flemática tristeza de Eduardo y se percibe su absoluta dependencia de ella. Todo en un click.
Los españoles, siempre con un problema de baja autoestima, tendemos a hacer el papanatas ante lo extranjero. Si viene un historiador de fuera a contarnos nuestro pasado –a veces con sartas de tópicos–, su aportación nos parece más valiosa que la de los estudiosos locales. El papanatismo está llegando incluso al lenguaje, con las ciudades españolas llenas de cursiladas en los escaparates, como sales por rebajas, plant food en las vidrieras de tiendas de bocadillos, hair club por peluquería y toda la innecesaria jerga anglo de los ejecutivos pendantes («vamos a hacer un break, que me ha entrado una call, y luego seguimos ya con el debrief»).
En España tenemos espléndidos fotógrafos. Alberto García-Alix, Cristina García Rodero, Álvaro Ybarra o Manuel Vilariño habrían retratado a los Reyes con hondura y verdad. Mostrarían a las dos personas que supieron escuchar el enojo del pueblo en las calles destrozadas de Valencia, y no a los remotos personajes de un anuncio de Louis Vuitton que nos ha dejado Annie Leibovitz.