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Cosas que pasanAlfonso Ussía

De Cossío a Urtasun

Una cosa es que la Memoria Histórica olvide los centenares de miles de asesinados por la llamada República, y otra muy diferente que confunda las balas con una maldita tuberculosis y una contumaz perversidad de mantener en prisión a un enfermo

Actualizada 01:30

Tuve la suerte, jovencísimo era, de cenar una noche en la misma mesa que José María de Cossío, el sabio de Tudanca. Su conversación era prodigiosa y su cultura, un pozo sin fondo. Pero no de ese tipo de cultura enciclopédica que cansa y termina siendo un tostón. Su aspecto, poco agradable. Creo que jamás se lavó los dientes. El malvado Alberti, en su casa del Trastévere romano, preguntó: –¿Sigue Cossío con ese lagarto verde secándose en su boca?–. Cossío, previamente, describió a Alberti: «Es un gran poeta y un gran mentiroso. Y lo de su comunismo es una extravagancia. Rafael se vistió de comunista, o de lo que sea, cuando se hizo cargo de su tragedia. Que, siendo primo hermano de los Terry, jamás sería un Terry». Según me contó Manuel Halcón, el gran don Manuel Halcón, el último andaluz que guardó luto por su caballo, primo hermano de Fernando Villalón, el tardío y hondo poeta de las marismas y fallido quiromántico, tan suave con el dibujo de los bandoleros con patillas de boca de hacha y tan duro en sus hablares, en una discusión en Los Cisnes de Jerez, puso en su sitio al poeta portuense con esta crueldad: –Rafael, con esas piernas tan cortas no se puede aspirar a ser un Terry–. Y a Rafael le nació el proletariado. Quiso ser un señorito al estilo del cantado en su soneto por José Pemartín, pero era culibajo y piernicorto, muy contraproducente para semejante anhelo. Cossío me recitó el poema, que años más tarde, un gran escritor de izquierdas, José Antonio Gómez Marín, me recordó en Huelva.

Tengo mucho de «Lord» y de gitano.
Aunque a veces blasfemo, nunca miento.
A una monja rapté de su convento
Y de diez Hermandades, soy Hermano.

Es mi capa, la capa más raída,
Y mi «frac» es el «frac» más elegante,
Con todas las mujeres soy galante
Aunque a veces le pego a mi querida.

A un marqués extranjero, mi pistola
Defendiendo el honor de una española
Dejó muerto en el patio de un castillo.

Y en los jardines de una venta maja,
A un gitano tendí con mi navaja
Discutiendo no sé qué fandanguillo.

José María de Cossío, y pruebas y documentos sobran en su casa-biblioteca de Tudanca, fue el descubridor de Miguel Hernández. Le asombró la poesía que llevaba en el alma aquel tipo de Orihuela con aspecto de cazurro. «No sé si soy comunista o fascista». Su mejor amigo, Ramón Sijé, a quien dedicó sus maravillosos tercetos encadenados de su elegía «En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quién tanto quería», era un militante de lo que hoy Urtasun llamaría la «derecha extrema».

Miguel Hernández, terminada la Guerra Civil, fue brutalmente tratado por el franquismo. Su mujer esperaba un hijo, y desde la cárcel de Alicante, la misma en la que fue asesinado José Antonio Primo de Rivera –más de izquierdas que Miguel Hernández–, le escribió al hijo que no conocería sus prodigiosas «Nanas a la Cebolla». Pero no fue asesinado, como dice el jabalí de Urtasun. Falleció de tuberculosis y una enfermedad pulmonar, a pesar de las muchas solicitudes que llegaron a su prisión para que fuera puesto en libertad. Entre esas solicitudes, la de su amigo y descubridor en los paisajes de la Poesía, José María de Cossío.

Aquella noche inolvidable, en el restaurante «Valentín», José María de Cossío se preguntaba todavía cómo no tuvo el bando vencedor de la guerra la humanidad de dejar morir en su casa al poeta de Orihuela. –Como poeta fue grandioso. Como persona, un muchacho movido por el viento de la política, que nada le interesaba, y cuya desconcertante militancia comunista tanto daño le hizo-. Pero Miguel Hernández no fue asesinado por el franquismo. Fue maltratado e injustamente encarcelado, y la tuberculosis se lo llevó desde la enfermería de la cárcel. Claro, que Urtasun, el ministro de Cultura, el que afirma que Miguel Hernández fue asesinado en la prisión de Alicante, es miembro del Gobierno del analfabeto que afirmó que Antonio Machado era de Soria. « Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla/ y un huerto claro donde madura el limonero». Porque Antonio Machado nació en el palacio de las Dueñas de Sevilla, donde su padre era encargado y persona de la máxima confianza del duque de Alba.

Una cosa es que la Memoria Histórica olvide los centenares de miles de asesinados por la llamada República, y otra muy diferente que confunda las balas con una maldita tuberculosis y una contumaz perversidad de mantener en prisión a un enfermo.

Urtasun es un manipulador grotesco. Y para mí, que tengo el placer de no conocerlo, una pésima persona. Podemita de la cursilería andante.

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