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El astrolabioBieito Rubido

La decadencia de Europa: el caso gallego

Nosotros, los europeos, vivimos muy bien, incluso mejor que la mayoría de los habitantes de esos países, pero somos como los miembros de esas familias aristocráticas venidas a menos que acaban en la cola de un comedor social

Actualizada 12:04

Los europeos, en nuestra ceguera actual, nos deslizamos hacia la irrelevancia. Pasamos de ser el motor del mundo a ser un parque temático. Podríamos decir que vivimos ya instalados en la decadencia. No es exactamente la que describió sobre Occidente en 1918 Oswald Spengler. Tal vez sea mucho peor. Entonces se temía por la decadencia por causas bien distintas. Se salía de una Guerra Mundial y se entraba en un período de espejismo económico que acabó devorando a nuestros antepasados. La más sustancial diferencia es que entonces Europa era el centro del Mundo y el teatro de operaciones. Hoy la realidad es diametralmente distinta. Estados Unidos mira con recelo a China. Asia es el gran continente. India despierta, Brasil sigue en su siesta, pero crece y Rusia se lame las heridas de una cadena de errores en los que se mantiene para desazón de su vecina Europa. Nosotros, los europeos, vivimos muy bien, incluso mejor que la mayoría de los habitantes de esos países, pero somos como los miembros de esas familias aristocráticas venidas a menos que acaban en la cola de un comedor social. Ojalá me equivoque o reaccionemos a tiempo.

En medio de ese contexto descrito más arriba, nos llega la noticia de que China quiere construir la mayor presa del mundo en el Tíbet. Producirá 300.000 millones de kilovatios/hora y triplicará la capacidad de generación de la famosa presa de las Tres Gargantas. Da miedo imaginar semejante mole. Pero más miedo da la destrucción de una obra ejemplar de décadas que se llevó a cabo en España para paliar sequía y subdesarrollo. Me refiero a las decenas y decenas de embalses y pequeñas presas que el actual Gobierno de España lleva demoliendo para perjuicio de la sociedad en general. Las nuevas religiones del ecologismo radical y el wokismo operan directamente contra los seres humanos. El resto del mundo busca soluciones, mientras en Europa entre burócratas, apóstoles del caos, políticos sin ambición y, lo que es peor, sin formación, se desliza lentamente a la irrelevancia.

Le pongo un buen ejemplo: Galicia. Supongo que, como allí, ocurrirá en otros lugares de España. Entre las voces de una minoría gritona y el miedo de las autoridades autonómicas, más las dudosas decisiones de algunos magistrados de lo contencioso administrativo, tenemos a la tierra gallega negándose a una inversión cercana a los tres mil millones de euros, la generación de casi dos mil puestos de trabajo y, lo más notable, la consolidación de progreso real, no el de los «progresistas», sino el de la cotidianidad de los gallegos.

Los jueces, entre ellos un antiguo candidato a la Presidencia de la Xunta por la extrema izquierda, lo que debería invalidarlo para abordar semejante cuestión, han paralizado los parques eólicos en toda Galicia. Se desconoce la auténtica razón, más allá de alguna enrevesada interpretación de una cuestión administrativa. De esta manera, se están dejando de invertir algo más de mil millones de euros. Además, se renuncia a la creación de cientos de puestos de trabajo y se sacrifica la capacidad de Galicia de generar energía limpia y ser una potencia en esta materia, lo que podría atraer más inversiones industriales.

Corcoesto es una mina de oro del municipio coruñés de Cabana de Bergantiños, cerca de A Costa da Morte. Con el valor actual del oro, generaría en Galicia un beneficio superior a los mil millones de euros y entre trabajos directos e indirectos daría ocupación a más de 800 personas en un período entre quince y veinte años. Las técnicas que hoy se utilizan, especialmente en los supuestamente admirables países nórdicos, aseguran un impacto ambiental mínimo. Los profetas del «no galaico» mienten descaradamente sobre los efectos negativos. Son los mismos que decían que la autopista del Atlántico era «una navajada a la tierra», cuando no ha habido infraestructura que haya hecho más por la integración territorial y el desarrollo económico de Galicia. Las autoridades autonómicas, mientras tanto, callan en un silencio de difícil interpretación.

Altri es otro proyecto que no avanza en Galicia por la presión de unos pocos. la empresa portuguesa Altri lucha por poner en marcha una planta de lyocell en el centro de Galicia, en concreto en la zona de A Ulloa, en la provincia de Lugo. Se trata de aprovechar la riqueza forestal gallega para producir fibra textil, cuyo primer consumidor es Inditex, la primera multinacional de la moda del mundo. Es decir, un círculo virtuoso ideal. No sale adelante, a pesar de representar una inversión de 800 millones de euros y la creación de medio millar de empleos. Además, en toda Europa, y en especial en los países de referencia en esta materia, Suecia, Finlandia o Dinamarca, existen claros ejemplos del escaso impacto ambiental, gracias a la ya muy desarrollada tecnología.

Nada de lo anterior se hará. Se imponen las minorías gritonas a las mayorías silenciosas y acomodaticias. Incluso escribir este artículo supone ya asumir un riesgo de impopularidad, pero es lo mismo, para eso estamos. Lo cierto es que Galicia no solo no sufriría nada con estos proyectos y, sin embargo, sí pierde mucho por no llevarlos a cabo. Por eso Europa se queda atrás y por eso, otros lugares, otros países, otros pueblos progresan en la idea verdadera de la expresión progreso. Nosotros construimos nuestra realidad… o la destruimos.

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