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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Vacaciones sanchistas en la nieve

Es llamativo que no tenga tiempo de ir a un funeral en Valencia pero sí a esquiar con toda la familia

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez está de vacaciones, algo que no resulta inusual en él: desde que se marchara a California en octubre de 2016 con toda su familia, desalojado del PSOE, no ha dejado de disfrutar de largos asuetos en palacios, hoteles y quintas, todo ello sufragado por el mismo contribuyente que hoy paga más impuestos que nunca en la historia, pero no le atienden ni por teléfono en el ambulatorio.

Los sueldos y las vacaciones de los políticos tienen mala prensa, y no siempre está justificado: cobran generalmente lo razonable, o incluso por debajo de sus responsabilidades, y son seres humanos con familias y cansancios encima como cualquier hijo de vecino.

Es fácil hacer demagogia al respecto, empezando por la que practican ellos mismos: fue Pablo Iglesias quien se hizo hueco a codazos prometiendo cobrar un máximo de tres veces el SMI, como si todo a partir de esa cifra fuera un atraco.

Pero el único abuso real es la mezcla de indigencia intelectual y servilismo que caracteriza a la clase política, poblada de lacayos sin lecturas que solo aspiran a eternizarse en el cargo: solo se apuntan ya a los partidos, con fines básicamente laborales, los lapiceros menos afilados del estuche.

El presidente socialista, pues, tiene derecho a descansar y, además, a hacerlo con su familia. Pero no de cualquier manera y a cualquier precio: la elección de una estación de esquí en plenas Navidades dice mucho del personaje, y poco bueno.

Porque los gestos cuentan y nos definen. Y los de Sánchez siempre reflejan una distancia abrumadora entre sus lujos y la vida de quienes se los financian, adornada por una insensibilidad galopante: con 400 asesores en la Moncloa, ninguno tiene el valor, la sensatez y el criterio de decirle que tal vez no era el momento de cerrar hoteles, restaurantes y pistas de nieve para disfrutar a todo tren de nada en las Navidades de la dana.

Quien no tiene tiempo de acudir a funerales para 223 muertos de una catástrofe que no supo ver venir y no quiso luego gestionar, no puede encontrarlo para una afición deportiva que ahora quizá pueda practicar todo el mundo, pero, en la generación de Sánchez, era privativa de los niños bien, como es su caso.

Y luego queda la parte metafórica del asunto, esa pincelada subjetiva y descriptiva del complejo acomodo del político acomplejado, acorralado y enfurecido con la sociedad que teóricamente lidera: la elección de unas montañas frías, alejadas de todo, embozado e irreconocible, para buscar el alivio, lo dice todo.

Un político que no puede pasearse por un pueblo no debería dedicarse a la política: Sánchez prefiere cambiar de pueblo que tomar nota y proceder, pero la conclusión es la misma. Solo con una capucha de lana, en la cima más alta de Aragón, rodeado por 16 escoltas y privatizando la hostelería del lugar, puede encontrar un cierto respiro.

Alguien normal entendería el significado de ese rechazo, que es unánime en cualquier rincón de España salvo en aquellos eventos con figurantes del propio PSOE, pero como Sánchez no lo es, volverá de las nieves como vino de Paiporta: es la ultraderecha la que no le tolera y, como se extiende víricamente pese a sus desvelos, habrá que tomar medidas más contundentes.

La fachosfera, que ya incluye a jueces decentes, periodistas dignos, rivales democráticos, empresarios solventes y tal vez hasta al Rey, está a punto de aumentar para Sánchez con la inminente señalización de los paisanos de cualquier aldeíta y pueblito de España.

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