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Un mundo felizJaume Vives

El infierno femenino

El esperpento que estamos viendo estos días tiene una particularidad y es que todo el mundo sabe la verdad, por mucho que la Hermoso piense poder engañar al personal

Actualizada 01:30

No estoy seguro de si hay un infierno pensado para los varones y otro para las mujeres, parece poco probable, en ningún lugar serio hemos oído hablar de ello, pero esta última semana se me ha hecho tan evidente cómo sería el infierno femenino, si existiera, que no puedo resistirme a compartirlo.

Todo comenzaría con un juicio final particular, seguramente no muy distinto al de Jenny Hermoso y Rubiales. El esperpento que estamos viendo estos días tiene una particularidad y es que todo el mundo sabe la verdad, por mucho que la Hermoso piense poder engañar al personal.

La gente, y eso incluye al juez, ha visto los vídeos, las primeras reacciones después del maldito beso, las publicaciones en redes horas después, los comentarios entre las jugadoras…

Algo parecido sucederá cuando dejemos este mundo. Podremos intentar esconder nuestras miserias y nuestras faltas de amor, podremos intentar mentir para conseguir una parcela en el cielo, pero de nada servirá, no porque las redes sociales delaten nuestra farsa sino porque Dios es omnipotente, eternamente justo y misericordioso.

Y después de hacer el ridículo de nuestra vida en un juicio en el que todo el mundo ya conoce la verdad que intentamos camuflar para sacar rédito, bajaremos a los altos hornos, a carbonizarnos por los siglos de los siglos amén.

Aunque hay algo peor que el fuego y el olor a azufre, seguro que el infierno está lleno de agua salada y árboles frutales, seguro que se parece mucho a La Isla de las Tentaciones (que el otro día me contaron en qué consistía y todavía me estoy reponiendo).

Allí llevan a parejas de novios y los separan por sexos, eso que tanto les molesta de algunos colegios. Con la diferencia de que en ese programa a ellas las mezclan con otros hombres y a ellos con otras mujeres. Esos desconocidos tienen una misión: calentar al personal para intentar que se traicionen mutuamente, comportándose como auténticos gorrinos ellos y como auténticas marranas ellas.

Y toda esa bazofia la televisan para que los desgraciados participantes puedan ver en tiempo real (y junto a media España) cómo el vicioso de su novio la traiciona con una guarra de manual. O como la fresca de su novia se abre de piernas ante el primer musculitos que le hace ojitos.

Son el escalafón más bajo de la raza humana, lo que más nos invita a creer que puede que vengamos del mono (ellos, seguro), como si la sociedad hubiera ido al baño y después de apretar fuerte hubiera expulsado a esos pobres detritus. Tampoco son mucho mejores quienes consumen con fruición ese tipo de defecaciones.

Todos podrían pasearse tranquilamente y sentirse como en casa por cualquiera de los nueve círculos del infierno de Dante.

El infierno no puede ser muy distinto a eso. Se me ocurren pocos lugares que concentren tanto mal, en un entorno tan bello, bajo apariencia de diversión y placer, pero tan lleno de bajeza y perversión.

Y por si eso fuera poco, seguro que en el infierno femenino, dos o tres veces al día, siempre a horas distintas para que te pille por sorpresa y no puedas escapar, aparece Inés Hernand exhibiendo las tetas. Como si el infierno en sí no fuera ya suficiente castigo.

Y mientras las marionetas y las víctimas se consumen en el fuego eterno, los responsables lo contemplan desde su cielo galapagareño, habitando una gran mansión junto a una fantástica familia numerosa que corretea por ella. Pues parece que los engaños empoderadores y liberadores son para los demás. La suya parece una familia tradicional católica de toda la vida. Podemos decir tonterías –seguro que piensan– ¡pero qué tonto sería vivirlas! Eso lo dejamos para nuestros votantes.

Como decía, no sé si existe el infierno femenino, pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que han convertido el mundo en un infierno para las mujeres. Tan grande ha sido el engaño que, han conseguido que se arrastren, voluntariamente, por platós y escenarios, con ropajes o sin ellos, de modo impropio y denigrante y con el mayor orgullo.

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