Évole y la historia oficial: lo que no se dirá sobre la pandemia
Fue fascinante, en el peor sentido de la palabra, ver cómo se desmoronaban los discursos progresistas de defensa de las libertades en cuanto una amenaza difusa hizo temblar la comodidad de sus impulsores
Esta noche, Jordi Évole emitirá su esperado especial sobre la pandemia, cinco años después del inicio de aquel caos que trastocó el mundo. El teaser apenas adelanta imágenes, pero sí lo suficiente como para entrever la línea narrativa que seguirá: aparecen Fernando Simón y Salvador Illa, figuras clave del gobierno durante la crisis sanitaria. No es difícil deducir que el programa no será precisamente una masacre para el relato oficial. Si algo nos ha enseñado la trayectoria de Évole es que, cuando elige tema, lo hace con un ángulo bien definido. En este caso, el enfoque parece ser el de siempre: la responsabilidad recae en Madrid y, sobre todo, en sus residencias de ancianos. Como si el resto de España no hubiera tenido residencias, como si la tragedia hubiera sido local y no nacional. Nada nuevo bajo el sol.
¿Será genuino el toque inquisitivo de Évole? Podemos hacer apuestas. No tocará las mentiras del presidente, ni la farsa del comité de expertos inexistente con el que se justificaban medidas improvisadas y arbitrarias. No se hablará del pánico inducido, esa atmósfera de histeria que convirtió a ciudadanos corrientes en vigilantes anónimos, en delatores espontáneos. La famosa «policía de balcón», que abucheaba a quienes osaban caminar por la calle sin saber si se dirigían al hospital a salvar vidas. Fue fascinante, en el peor sentido de la palabra, ver cómo se desmoronaban los discursos progresistas de defensa de las libertades en cuanto una amenaza difusa hizo temblar la comodidad de sus impulsores. ¿Cuánto tardó en diluirse la retórica antifascista? Minutos. De pronto, el mandato era la obediencia ciega y la caza del disidente.
Tampoco esperemos una revisión crítica sobre cómo se utilizó la pandemia como excusa para la erosión democrática. Recordemos los decretos inconstitucionales, el estado de alarma convertido en un estado de excepción encubierto. Pablo Iglesias, de la noche a la mañana, con acceso a información clasificada del CNI, en un movimiento que poco tenía que ver con la gestión sanitaria y mucho con la consolidación de poder. Nada de eso estará en el guion del especial. Si acaso, se insistirá en la irresponsabilidad de los ciudadanos y de la oposición, nunca en la del gobierno.
Si hay un tema que seguro pasará de puntillas será el del pasaporte COVID. Se construyó sobre una mentira: la vacuna no evitaba el contagio, pero se utilizó como argumento para segmentar a la población entre buenos y malos ciudadanos. La presión sobre los no vacunados fue un experimento social de proporciones inéditas. Se les negó el acceso a determinados empleos, se les excluyó de espacios públicos y se les sometió a un linchamiento moral feroz. Se llegó a aceptar sin pestañear que en Australia se levantaran campos de concentración para no vacunados. Nadie se escandalizó, al menos nadie con voz suficiente para hacerse oír. Mientras tanto, líderes políticos que antes vestían el disfraz de liberales y defensores de derechos individuales, como Feijóo, se convirtieron en adalides del castigo a la disidencia. Macron llegó a decir, sin rodeos, que haría la vida imposible a los no vacunados. Y lo hicieron.
La pandemia desnudó muchas hipocresías. De repente la libertad individual pasó a un segundo plano frente a la conveniencia de un control estatal sin precedentes. No importaba que las medidas fueran cambiantes y, en muchos casos, injustificadas: el nuevo dogma era la obediencia. El miedo se utilizó como un arma eficaz, con una sociedad dispuesta a aceptar lo inaceptable. ¿Cuántos justificaron la censura de opiniones disidentes, la restricción de movimientos, la coacción laboral? Pocos se atrevieron a levantar la voz y quienes lo hicieron fueron condenados al ostracismo.
No, Évole no hablará de esto. No problematizará la humillación pública ni la exclusión forzada de ciudadanos por una elección médica personal. Se mantendrá en la línea cómoda, la que ya conocemos. Y lo peor de todo es que, cinco años después, ni siquiera parece haber una demanda popular de revisión crítica. Aquel experimento, con su miedo, su control y su división social, quedó integrado en la normalidad. La memoria, convenientemente selectiva, ha hecho su trabajo. Eso sí, algunos no olvidamos.