Los inseparables
Una decepción grande hemos experimentado los que creímos, en un principio, en las buenas intenciones del trío de antimachistas de Podemos. No intuyo un relevo en la formación. Ni pondría la mano en el fuego –¡ni la uña del meñique izquierdo!– por sus propósitos de enmienda
Los tres machirulos de Podemos formaban un muro compacto en pos de la moral y las buenas costumbres. Ellas eran más libres. En un principio me situé de su lado. «Aquí tenemos tres hombres como las copas de tres pinos, dispuestos a morir por las mujeres». Eso de morir por una mujer tiene que ser muy interesante, escribió Jardiel. El aspecto que mostraban no era el adecuado. Flacuchos, desorientados en su indumentaria y excesivamente jóvenes, más proclives al autogozo que a la seducción. Pero decididos. Sus chicas se sentían protegidas y el típico macho español, siempre de derechas, preocupado por su futuro. El más entusiasta, el anti-Tenorio se llamaba Pablo. El anti-Mejía, Íñigo, y el maestro documentalista, Juan Carlos. La novia del primero no pertenecía al movimiento internacional anti-machista, y militaba en el Partido Comunista. La novia del segundo, sí se movía por esas tendencias y en sus horas de asueto asaltaba capillas universitarias al grito de ¡Moriréis como en el 36!
Seca amenaza que asustaba mucho a los universitarios que visitaban la capilla para rezar, meditar o pasar un rato en compañía del silencio. Y el tercero, merendaba en casa de Carmen Lomana que pasó por un período de esnobismo progre, y divertía a sus amigas con invitados muy inconsecuentes con su manera de ser. Muy poco les duró el disfraz. El machirulo 1, vecino de Vallecas, reconsideró el rumbo de su vida, dejó a la novia de siempre que había abandonado el comunismo para hacerse podemita, se enamoró de Irene, mandó al gallinero del Congreso a la abandonada, y sentó a su nueva compañera de hecho y lecho a su lado. El número 2 se mantuvo firme en su lealtad a Rita, y el tercero perdió aplomo en el partido por unos asuntillos de dinero, y se instaló como poeta de Corte del comandante Hugo Chávez en Venezuela, creando su portentoso poema a las lágrimas del Orinoco, cuando Chávez dobló la servilleta. El que fuera ministro de Rajoy, Luis de Guindos, adquirió un piso en un barrio céntrico de Madrid por 600.000 euros. Aquella agresión a la clase obrera tuvo una inmediata y contundente respuesta: «Es vergonzoso que un ministro compre un piso por 600.000 euros». Pero no se detuvo ahí. Para darle al ministro en las narices –que no por otros motivos–, el podemita en jefe y su compañera de hecho y lecho, adquirieron un precioso chalé en La Navata, Galapagar, en una urbanización de fascistas, con su piscina, su barbacoa, su jardín de rocalla, y vigilado por un centenar de agentes del Orden enviados por Marlasca. Un gran hombre lo invierte todo por la seguridad de su familia. La operación, financiada por una sociedad bastante rara, superó el millón de euros. Y allí siguen, cuando él no está en Irán y ella en el Parlamento Europeo. Lo malo es que una ex militante de Podemos habló de algo referente a refrescarse en los lavabos de una discoteca, y nuestro gran hombre perdió fuerza y vigor. Lo mismo que el podemita 2, que había simulado tan bien sus inclinaciones machirulas durante su convivencia con Rita, y ésta se sintió asqueada y escandalizada por los otros asuntos femeninos relacionados con su exnovio, el cual, también ha perdido fuerza y vigor en sus ambientes habituales. Y el tercero, el poeta, termina de ser denunciado por actos y coacciones de machismo puro. He recordado a mi amigo Jaime Garatíbel, que de joven tenía una swester alemana, y cuando le llamabas para ir al cine, ella, muy sería y en su papel, respondía: –Joven Jaime no está en casa. Está salido–.
Una decepción grande hemos experimentado los que creímos, en un principio, en las buenas intenciones del trío de antimachistas de Podemos. No intuyo un relevo en la formación. Ni pondría la mano en el fuego –¡ni la uña del meñique izquierdo!– por sus propósitos de enmienda.
En fin, como todos nosotros. Pecadores. Pero presumiendo de santos agnósticos.