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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Ábalos y un tal Unrat

Es para mí una evidencia que el diputado (¡diputado!) Ábalos es una triste sombra del patético profesor Unrat. Pero, ¿de cuál de los dos? ¿Del desesperado amante de la brillante buscona Dietrich en la película de Von Sternberg o bien del trapisondista ratero que cierra entre rejas la novela de Heinrich Mann?

Actualizada 01:30

El profesor Unrat fue la novela de Heinrich Mann que Josef von Sternberglllevó al cine en el año 1930 con el título de El ángel azul. Marlene Dietrich emergió allí como la más seductora de las actrices de su tiempo y quizá de todo el siglo XX: esto es, de la historia del cine. Con ella, el arquetipo de la femme fatale —que la inmensa Louise Brooks había ya esbozado en sus grandes líneas— quedó definitivamente cristalizado.

Heinrich Mann es un escritor atrapado entre dos glorias: la del prestigio colosal de su hermano Thomas y la del éxito popular que obtuvo la más notable de sus propias novelas al ser adaptada el cine. Todos conocen y veneran al autor de La montaña mágica. Quizá aún más son los que rinden culto a Marlene Dietrich, la impecablemente amoral e hipnóticamente bella Lola-Lola (en la novela, «la artista Fröhlich»), «hecha de la cabeza a los pies para el amor», del Ángel azul. Heinrich Mann y su complejo Profesor Unrat quedan tan sólo en la memoria de los amantes (cada vez menos) de la gran literatura.

La inteligencia de Von Sternberg se cifró, paradójicamente, en simplificar la trama de Mann. Ajustándola sólo a la primera parte de su novela. Y, así, de un pícaro parasitario, construir el arquetipo de un mártir del amour fou, tan ridículo cuanto inocente. Pero, en la novela de Mann, Unrat (apodo, que significa «basura», del desdichado profesor Raat) es tan burlado cuanto canalla. Enamorado en su edad provecta, arrastrado al deshonor público por la prostituta de cabaret que lo arruina. También, al cabo de la novela, respetable proxeneta de ella, en una trama alucinadamente deudora de la dialéctica amo-esclavo hegeliana. Simultánea víctima y verdugo.

Von Sternberg construye en su película la filigrana de una elegía del perdedor. Expulsado de su trabajo, expoliado de sus mezquinos bienes, marginado por la rencorosa sociedad provinciana en la que fue un prohombre, el personaje que interpretaba Emil Jannings naufraga en el ridículo más triste y en la humillación más esmerada. Es un desmadejado pelele. Y eso le hace tomar, paradójicamente, la grandeza del gran derrotado: un mártir irredimible de la pasión. La película adquiere, en ese punto, un amargo tono de melancolía.

Pero la novela de Mann, menos sentimental si se quiere y, desde luego, más cínica, aventaja de lejos en crueldad a la versión filmada. En las páginas de Mann, Unrat, lejos de ser lírica víctima de la perversa dama venal que lo humilla y destruye, pasa a convertirse en el beneficiario de la descarada prostitución de su «ángel». Y, ya como respetable proxeneta, se beneficia de la estupidez de la pacata sociedad que los rodea a ambos. Hasta acabar convertido en repulsivo ratero. Y, como repulsivo ratero, dar con sus tristes huesos en la cárcel.

Es para mí una evidencia que el diputado (¡diputado!) Ábalos es una triste sombra del patético profesor Unrat. Pero, ¿de cuál de los dos? ¿Del desesperado amante de la brillante buscona Dietrich en la película de Von Sternberg o bien del trapisondista ratero que cierra entre rejas la novela de Heinrich Mann? Unrat despierta piedad en la película. En la novela, sólo asco.

Pelele y truhan, el patético Unrat de Heinrich Mann y de Josef Von Sternberg. ¿A cuál de ambos arquetipos ajustó su desairado papel el diputado Ábalos?

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