Lo inhumano es lo humano
Lo inhumano es lo humano: y el heroísmo ético, del que puede algunas veces ser portadora nuestra especie, se cifra en eso. Sólo. Schelling lo formulaba en uno de los pasajes más desasosegantes, en su engañosa sencillez, del pensar contemporáneo: «la libertad es una facultad del bien y del mal»
Somos el animal capaz de dar a luz las «Variaciones Goldberg», que estoy escuchando ahora cuando escribo. Y el animal capaz de consumar su gozo en el descuartizamiento de un niño. En ese lapso infinito entre lo sublime y lo espantoso se juega la apuesta ética a la cual llamamos «libertad».
Lo inhumano es lo humano: y el heroísmo ético, del que puede algunas veces ser portadora nuestra especie, se cifra en eso. Sólo. Schelling lo formulaba en uno de los pasajes más desasosegantes, en su engañosa sencillez, del pensar contemporáneo: «la libertad es una facultad del bien y del mal». Sin ese permanente acoso de lo peor, hablar de una apuesta ética del hombre libre sería tan absurdo como atribuir mérito o demérito a la caída al suelo de una piedra. Lo humano como lo inhumano se deciden sólo ante la presencia del mal.
Lo humano es lo inhumano. Dos ejemplos.
1.– El primero es sólo —¿sólo?— crónica negra. Sucede en Francia: en una sala del palacio de justicia de Vanves. Se juzga allí el horror de 299 violaciones infantiles. Las ejecutó, a lo largo de dos decenios y medio y bajo anestesia, un respetable cirujano pediatra de ahora 74 años. No hubo dificultad para establecer los hechos. El doctor Le Scouarnec archivaba pulcramente el informe detallado de cada uno de sus estupros en cuadernos que quedaban archivados en su despacho. La presidente del tribunal previene, al inicio de la vista, al acusado: «No es usted un objeto de curiosidad, ni un sujeto de estudio, ni un debate de sociedad, sino un acusado que posee derechos tasados». Así es, así debe transcurrir un procedimiento penal. Pero el análisis de la bestia, más allá de lo jurídico, nos desazona. ¿Cómo no percibir que, en ese horror de una crueldad perfectamente gratuita, es la conciencia humana misma la que es interpelada? ¿Es esto un hombre? Lo es: por eso puede ser juzgado y condenado. Por eso sólo.
2.– El segundo sucede en Gaza. Los cadáveres de dos niños (9 meses y 4 años en el momento de su secuestro) son entregados por Hamás a Israel. Murieron en los bombardeos, dice el grupo yihadista. Y los informes forenses lo desmienten a las pocas horas: «Ariel y Kfir Bibas fueron asesinados a sangre fría… Los terroristas no dispararon a los dos jóvenes, los mataron con sus propias manos. Luego cometieron actos horribles para encubrir estas atrocidades». ¿Son hombres éstos? Lo son. Por eso pueden —deben— ser juzgados y condenados. Sólo.
Es el mismo horror en geografías distintas y en circunstancias desiguales. Pero la identidad del horror prevalece. Y nadie se engañe: ni es la libido enferma del doctor francés, ni es el odio político de los carniceros de Hamás lo que da cuenta de esos idénticos aspectos del espanto. Es algo más profundo, algo que anida en los estratos más oscuros del cerebro humano. Se llama «el mal». Aunque tantos prefieran ignorar su atroz presencia en los hombres.
Escucho ese milagro que son las «Variaciones Goldberg». Tomo de la biblioteca a André Malraux. Leo, en voz muy baja: «Hemos rechazado lo que en nosotros quería la bestia, y hemos querido recuperar al hombre allá donde no habíamos encontrado más que aquello que lo aplasta».