Mario Vaquerizo, peligroso criptoderechista
Desde luego no es exactamente Sinatra y no merece que una sala cultural lleve su nombre, pero si fuese de izquierdas no habría una sola crítica al respecto
Mario Vaquerizo, madrileño de barrio de 50 años, flaco, cervecero, de melena entrecana y afectada locuacidad, es un licenciado en Periodismo, sobradamente conocido por sus actividades televisivas de corte histriónico y su matrimonio de 25 años de andadura con Alaska. Bajo su apariencia de loca —y disculpen los de la corrección política—, se trata de una persona muy inteligente y de un astuto promotor de sí mismo. Como músico digamos que no es exactamente Sinatra. Lidera un grupo malucho, las Nancys Rubias, a cuyo lado los Ramones parecen Georg Solti al frente de la Filarmónica de Viena.
El Ayuntamiento de Madrid le va a poner el nombre de Mario Vaquerizo a una sala de ensayos del centro cultural Galileo. Concuerdo con la crítica que hace la izquierda, que señala que otros músicos mecerían más ese pequeño honor. Me estoy acordando, por ejemplo, de Jaime Urrutia, el gran vate castizo de la Movida, hoy injustamente olvidado, cuando escribió una canción tan memorable como Cuatro Rosas. O del gran Andrés Calamaro, madrileño por vocación, que mantiene casa abierta en La Latina el tiempo que se lo permite la rapacidad fiscal de Sánchez. O de Jorge Pardo, ilustre gato del jazz. O de las madrileñas Ana Torroja, que siempre será la cara del fenómeno Mecano, o Rosario Flores, heredera de una ilustre dinastía. O tantos otros con más méritos que Vaquerizo.
Pero en realidad la izquierda no ha saltado como una pantera contra Almedia porque haya músicos y cantantes con mayores atributos que Vaquerizo para recibir ese pequeño honor. El problema estriba en que Mario no es del régimen, lo cual en el artisteo español lo convierte en una rara avis, una especie amenazada, un peligroso disidente.
No es que Vaquerizo se haya significado con críticas rotundas contra Sánchez y su panda, ni mucho menos. Se ha limitado a no sumarse a la corriente «progresista» y a algún sutil pellizco, casi inaprensible. Al igual que su esposa Alaska, es lo que podíamos definir como un criptoderechista. Se trata de liberales de corazón, a los que no les gusta el modelo de catecismo socialista, parrilla fiscal y condena de la iniciativa privada y el esfuerzo que nos ha montado el PSOE.
Como Ayuso y Almeida también respiran en esa línea, resulta que la pareja Mario-Olvido se lleva bien con ellos, lo cual es ya aceite de ricino en vena para el PSOE del flamígero Óscar López y para la izquierda populista de los restos del naufragio de Podemos y Sumar. Vaquerizo, que es heterosexual, no se ha salvado de la inquina de la izquierda ni con sus guiños al movimiento homosexualista y su tic un poco tontolaba de hablar en femenino de sí mismo y de su banda de maromos.
Huelga decir que si la sala de ensayos del centro cultural Galileo llevase el nombre de los humoristas sin gracia Eva H o Broncano, o del sanchista Jorge Javier, o de algún peñazo importante, tipo Rosa León, la izquierda estaría encantada de la vida y aplaudiendo con entusiasmo, pues todas y todos son perfectamente «progresistas».
En fin, quién me iba a decir que un día iba a empezar a simpatizar con Mario Vaquerizo, señalado por ir por libre (es decir, por tratar de ejercer su libertad y no ponerse las orejeras obligatorias que reparten en la Moncloa).
Una vez que ya ha sido señalado como apestado criptoderechista, espero con ilusión que Mario se anime a contar —de verdad— qué opina de Sánchez. Y alto y claro, por favor, porque hay que empezar a darles la batalla. Ellos jamás perdonan.