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Cartas al director

¡Papá, yo no he sido!

Echar la culpa al vecino es un deporte nacional, aunque también es una medida de la mediocridad del protagonista. Cuándo éramos pequeños, Pepito le echaba la culpa a Juanito y viceversa, pero nuestro padre, más listo que un venado, acababa castigando a los dos, uno por acción, el otro por omisión.

Hoy en día la gente que debería asumir responsabilidades y tomar decisiones, previamente planeadas, si se trata de un buen gestor, las elude tirando balones fuera y echando la culpa al empedrado, como un buen cojo. No esperamos de los que deben solucionar los problemas cotidianos que busquen excusas sino que los solucionen, sin más. Claro que lógicamente para tener soluciones hay que identificar los problemas de antemano, lo que implicaría ser un buen estadista. Últimamente, un personaje llamado cambio climático está causando estragos en nuestros campos y Juanito, o sea Antonio, le echa la culpa a él y él le echa la culpa Antonio, pero nos falta papá para castigarlos a los dos por embusteros.

Es triste ver a nuestra clase política, empapada de mediocridad, buscar culpables de nuestros males por doquier y no asumir la responsabilidad que les corresponde y tomar decisiones acertadas o al menos convincentes. Imaginan a los generales de Napoleón echando la culpa al enemigo por una derrota, pues seguro que imaginan también donde acabarían, o al Vicealmirante Nelson, por supuesto nada que ver con el patrón de lancha a remo que tenemos ahora dirigiendo la flota, justificándose ante el Rey, Jorge III, de una derrota por el estado de la mar. Las cosas hay que tenerlas prevista y al menos si debemos de tomar algunas decisiones, acertadas o no, será con el conocimiento y el estudio del problema.

Ya que si alguien tiene la honrada ambición de dirigir los designios de una nación, por supuesto lo hará con el conocimiento adecuado y el convencimiento de asumir las responsabilidades inherentes al cargo, como en cualquier empresa donde se ejercen funciones de dirección o cuales quiera que sean. Y si no es así, se trata de trileros, buscadores de gangas laborales, que deberían ser puestos a disposición popular o judicial según el alcance de sus acciones.

Es irrisorio observar cómo los que están echan la culpa a los que estuvieron de haber hecho las cosas mal, pero aún es más indignante ver a los que estuvieron echando la culpa a los que están de lo que deberían hacer sin haberlo hecho ellos cuándo estaban. En fin, estamos rodeados de una fauna, digna de estudio por el Freudiano que más se precie.

Yolanda Delgado

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