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Cartas al director

La dimisión de Montero

Si Irene Montero hubiese dimitido el pasado miércoles sería razonable pensar que las imágenes que fueron publicadas en muchos medios captaban el instante en el que, ya como exministra, caminaba, derrotada, hacia la calle, donde le esperaba un chófer para el último viaje «a Galapagar» en coche oficial. Si ella hubiese dimitido, sería razonable pensar que, de un momento a otro, en esta escena penetrará, con perdón, su secretaria de Estado, alias Pam, y que las dos mujeres dirían «mejor morir de pie que vivir arrodilladas», y algunas cosas más. Que, acto seguido, si hubiese dimitido, explicaría que su decisión es «irrevocable» y por «coherencia política», tras ser negada primero por sus socios del PSOE y después por la mayoría absoluta del Congreso, «fascistas todos». No había más que ver la imagen de ella y Belarra, solas ante el peligro, en el banco azul.

Cómo no, lo haría pasando por alto otros motivos, setecientos y pico, el número de agresores sexuales que han visto reducida su condena y cerca de 90 que ya están en la calle. Si Irene Montero hubiese dimitido no vendría a cuento decir que el cargo de ministra tiene razones contantes y sonantes que la razón no entiende, pero el poder es muy importante para seguir arrastrándose.

Genaro Novo

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