Cartas al director
Feminismo impostado
El feminismo de principios de siglo XX era un movimiento que postulaba la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, inexistente en esos momentos. Hoy en día se ha convertido en un dogma que se nutre del plano emocional para su credibilidad. La mujer en Occidente ni está oprimida ni disfruta de menos derechos o libertades que el hombre, salvo excepciones que debemos combatir. No podemos obviar que ciertas diferencias son consustanciales a la naturaleza humana y no son hechos artificiales, como nos hacen creer. Las cuotas de género eliminan la meritocracia y la Ley Integral de Violencia de Género vulnera el principio de igualdad ante la ley, la presunción de inocencia no existe para el varón, actitudes propias de un régimen totalitario y represor que genera un ambiente hostil entre hombres y mujeres. El hombre y la mujer gozan de los mismos privilegios a pesar de sus diferencias naturales que ninguna ley puede ni debe encauzar. Las diferencias son biológicas, más que sociales. ¿Por qué sí obvian la cosificación de la mujer en los países árabes? Virginia Woolf, Frida Kahlo o Betty Friedan no se identificarían con movimientos actuales como «Me Too». Ellas trasgredieron las normas, rompieron cánones en un mundo dominado por hombres que les impedía realizarse como personas, nada que ver con los palos de ciego de la perversión del lenguaje y el untar observatorios probadamente ineficientes, pues el mal es consustancial al ser humano. Tenemos artistas, intelectuales, políticas y economistas de primer orden que atestiguan que nada les coartó para copar las altas esferas de la sociedad, hecho impensable hace tan sólo cincuenta años y que desbarata objetivamente ese discurso parcial con el que la mayoría de las mujeres no se siente identificado.