Cartas al director
Mujeres libres
Nacieron en las décadas de los cincuenta y sesenta, muchas de ellas en el seno de familias numerosas que se sostenían gracias al salario del «cabeza de familia» y el trabajo –sus labores– del «ama de casa». En los setenta pudieron elegir libremente qué estudiar o en qué trabajar, y así se incorporaron al mercado laboral o llenaron las aulas de las universidades públicas y privadas. Al tiempo que España transitaba hacia otro régimen, formaron su propia familia, y aún en la veintena tuvieron hijos, y a base de esfuerzo procuraron conciliar su cuidado con su profesión. Esa era la vida que deseaban, nadie se lo impidió, y cuando surgieron dificultades encontraron en la familia su principal apoyo. Y consiguieron que sus hijos pudieran elegir libremente su propio camino. Hoy, con la perspectiva del tiempo vivido, esa generación de mujeres no entiende este neofeminismo que predica una especie de guerra de sexos, que habla de «empoderamiento» y de «dictadura heteropatriarcal», como si hubieran convivido durante décadas con un tirano sin saberlo. Un neofeminismo que promulga leyes tan perniciosas en materia de justicia –niegan la presunción de inocencia a la mitad de la población–, como en la educación de los más jóvenes, cada vez más confusos y desamparados. Por eso rechazan esa ideología, signo de los tiempos, y aborrecen las cabalgatas gritonas del 8-M. Ellas prefieren seguir siendo lo que siempre han sido: mujeres libres, fuertes, únicas e irrepetibles.