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Cartas al director

Ateísmo camuflado de hipócrita religiosidad

Cada año que pasa comprendo menos el misterio de la Semana Santa de Pasión por ser cada vez menos santa y con menos pasión. Un furor tras la pandemia como le han llamado algunos medios de comunicación. Una Semana Santa en una primavera atípica y caliente con la terrible sequía que nos azota, con una escasez de agua muy acuciante, ese elemento tan fundamental para la vida. Una Semana Santa en precampaña electoral con simpatizantes, militantes y gobernantes en las procesiones, después de haber aprobado las leyes ideológicas de la discordia con un marcado ateísmo puro.

Todo lo que hemos visto en esta Semana Santa, semana de bullas en las calles, bares y terrazas a tope, playas y hoteles llenos, nazarenos con sus capirotes, inmensas colas de penitentes de promesas, y políticos que desprecian la fe católica, no concuerda con el auténtico sentido que se le debe de dar a un acontecimiento que cambió la historia de la humanidad, un acontecimiento culminativo de un hombre, Jesús de Nazaret, después de varios años predicando el Evangelio con el cual remediar las maldades del comportamiento humano, intentando, con ello, que el ser humano, con sus buenas actuaciones, lograse un mundo mejor, un mundo de amor, paz, misericordia, entrega y solidaridad. Un mundo de seres humanos de buena voluntad entregados a amar, servir, y dar confianza, amistad y afecto, implicados en la oración dominical.

Pero no, porque la ingratitud de un pueblo, convertido en masa, fue capaz, y consiguió, que la autoridad militar, oyendo los improperios de las autoridades civiles y religiosas, se lavase las manos, permitiendo que lo llevasen al patíbulo, después de preguntar sobre la verdad, y presentarlo como Ecce Homo, ese hombre traicionado, negado, torturado, vilipendiado, humillado, desdeñado y dañado en su dignidad.

El auténtico sentido de la Semana Santa consiste en recordar la tremenda ingratitud de un pueblo que se desprendió de la belleza, el valor y la integridad de un hombre bueno y justo después de recibirlo con agasajos y vítores; recordar y rememorar su pasión, muerte y resurrección, no con bullicios, algarabías, ostentaciones, mercantilismo y placeres, propios, más bien, de gente cínica, embustera y farandulera, mostrando muchos, por desgracia, un ateísmo camuflado en hipócrita religiosidad, en una semana, para ellos, de insania pasión. ¿Quiénes cumplen los mandamientos de la Santa Madre Iglesia y Los Diez Mandamientos?

Manuel León Vega

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