Cartas al director
Amnesia selectiva
Raro es el libro, serie de televisión, película de cine, o cualquier otro producto artístico expelido por la exquisita inteligencia de los creativos intelectuales amantes del progreso y la verdad, que al tratar sobre la guerra civil española (su tema favorito) no manipule la realidad de unos hechos que a estas alturas de la historia debieran ser de pacífica aceptación para todos. Cualquier argumento sirve de excusa para difundir una propaganda tan maniquea como falsa: hubo un tiempo que en España manaba la leche y la miel de la libertad, el respeto y la tolerancia por todos sus poros; un tiempo donde las diosas de la Democracia, la Razón y la Ciencia abrieron generosamente sus ubres y derramaron sobre nuestro suelo la poesía, la cultura y el progreso; un tiempo en que por fin el pueblo se hizo con las riendas del poder usurpado durante siglos. Fue el efímero tiempo de la sacrosanta Segunda República española. Pero desgraciadamente todo aquello desapareció debido a la conspiración de un grupito de terratenientes y militares que, con el amparo de la Iglesia, abortaron a sangre y fuego el pacífico desarrollo de tan idílico edén. Y así, en esta película de buenos y malos que se han ido montando nuestros imparciales intelectuales, observamos cómo los horrores, errores y torpezas de los buenos buenísimos (progresistas idealistas de corazón, mente y bragueta abierta) son silenciados o justificados en tal manera que hasta parece que se quedaron cortos en sus desmanes. Menudencias como la revolución de Asturias, el incendio de iglesias comenzado cuando ni siquiera había transcurrido un mes de la proclamación republicana, las persecuciones por simples motivos religiosos, las frecuentes palizas y asesinatos políticos, la grave amenaza secesionista, el inminente asalto al poder de una comprobadísima conspiración comunista, etc. son sólo eso: simples menudencias que hay que obviar o minimizar hasta convertirlas en hechos anecdóticos ni siquiera dignos de mención. Por el contrario, los horrores, errores y torpezas cometidos por los malos malísimos (fascistas sanguinarios de sonrisa chulesca, bigotito altanero y sotana remendada) nos son continuamente recordados y presentados como norma de conducta de aquellos despreciables sujetos. Es curioso, o no tanto, que a quienes más se les llena la boca de palabras como progreso, tolerancia y conciliación, sean precisamente quienes se muestran más obcecados en desenterrar viejos odios, azuzar pasados enfrentamientos y cultivar una amnesia selectiva que encima nos venden como recuperación de la memoria histórica.