Cartas al director
Qué difícil es el perdón
Necesitamos más que nunca que los políticos que mandan sean juzgados, no sé si en los tribunales o en las urnas, mejor en los dos sitios a la vez. Se han abonado todos a la acusación ajena para ocultar su rostro de vergüenza propia. Como si no los conociéramos, o como si quisieran fingir su desastrosa gestión. Son como una pobre tribu de embusteros incapaces de engañar ya a nadie. Pero no es que fallan porque sean humanos, es que la humanidad la exhibe y la concretan con los errores que cometen.
Sus faltas y fracasos propios quisieran que fueran de los otros. Todo lo que les indigna de los demás es enteramente de ellos. Les duele hacer autocrítica por una inseguridad travestida en la mentira. Saben que estamos en ruina, manteniendo un equilibrio precario. Digan lo que digan en sus sermones. A la vida solo se puede venir con la verdad para empatar. Como mucho. Y no solo nos equivocamos, sino que somos perfectamente hábiles para reconocerlo a sabiendas que haces el mal.
También somos capaces de permitir que ese mal se siga cometiendo. Todo por una promesa ideológica engañosa, que nunca llega. Son tan imperfectos como lo fueron siempre. Nunca es sencillo afrontar la dificultad, y pedir disculpas es tan difícil como atreverse a pedir perdón.
Saben que el único perdón verdadero es el perdón imposible. El perdón infinito, el que toma como causa un daño ilimitado, consciente y premeditado.
Perdonar es de sabios, es de humanos, por eso solo puede perdonar bien quien ha sufrido o pecado. El perdón que nadie nos pidió y que estamos dispuestos a conceder a cambio de nada: en silencio, sin testigos de nuestra bondad. Mi generación sí aprendió a perdonar como es debido.
No hay otra luz en el corazón humano que la razón, para aprender a pedir perdón y perdonar…