Cartas al director
La sonrisa impostada
Entre las cuestiones que abordó Évole en la entrevista con Yolanda Díaz del pasado domingo, estuvo su sonrisa. Una sonrisa que, en opinión generalizada, es tan excesiva que le provoca la necesidad de quebrarla. Sorprende que a alguien se le niegue eso que en principio es una virtud, un talante, un gesto de cercanía y positividad, pero en esta señora es excesivo, todo el rato con esa sonrisa impostada, que no deja de ser una imagen que la puede beneficiar, según sus asesores, pero ya cansa. Ese exceso de proximidad de Yolanda se le ha vuelto en contra. La sonrisa exagerada, la afectuosidad excesiva y la interpelación constante al entrevistador, como ocurrió con Évole han revuelto una imagen que la vicepresidenta ha modelado de manera exquisita. Una mujer que presume de sumar, de no insultar, de negociar hasta el último segundo y de darse hasta el final flaquea, a los ojos de algunos, por esas formas que, si se multiplican exponencialmente, pueden generar rechazo. Yolanda se ha encumbrado como una política de sonrisa eterna, de tenaz alegría, de cercano diálogo, y en cambio, se le achaca que por esa gestualidad intensa roce una pose que ahora llega a sonar falsa, sobre todo a los ojos de los que se han visto traicionados por ella, el último, Pablo Iglesias. Una imagen perfecta que no acaba de cuajar del todo cuando se la tiene delante. Ese arquetipo de tía guay que todo lo entiende y lo encaja, a algunos, por lo que se ve, no les cuela.