Cartas al director
Convivencia y espíritu de servicio
La excepcionalidad de Robinson Crusoe contrasta con la vida social que vivimos en la actualidad. Una pródiga convivencia que en determinadas circunstancias se vuelve compleja. De ahí que se haga cada vez más apremiante e imprescindible la necesidad de desarrollar y distribuir funciones que hagan la vida más factible y tolerable. Es decir: todos trabajamos para todos, directa o indirectamente. A un lado y otro del trabajo hay personas; personas que realizan un quehacer y personas que se benefician de ese quehacer y estas, a su vez, realizan otra tarea que redunda en beneficio de otros. Y es en este trasiego donde radica, donde debiera radicar, el espíritu de servicio. Pero este servicial y comedido trabajo, naturalmente remunerado, ha de tener un peculiar estilo que ha de advertir en primer lugar el que lo ejecuta, es como un halo que recae sobre esa acción y que puede pasar inadvertido a los demás, pero no a quien desarrolla esa actividad: el sentido vocacional del espíritu de servicio. Esa inclinación, esa llamémosla inspiración es algo a lo que se puede aspirar, es el sentido trascendente del trabajo: un trabajo realizado con la profesionalidad adecuada, además de aplicar la intencionalidad de servir.
Y esto equivale a dignificar la profesión, la tarea desarrollada. Y en este aspecto no cabe distinguir la clase de trabajo que se desempeñe. No hay categoría humana que lo diferencie. Sabido es que la mayoría de las profesiones suponen un servicio directo a los demás y es en ese afán de servicio donde cabe la distinción. Donde la persona humana puede emular la mutua y alta estima de sus conciudadanos y donde todos pueden, a la vez, aportar los valores característicos de toda cumplida sociedad: respeto, comprensión, generosidad, gratitud, cortesía, altruismo, diligencia…