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Cartas al director

La verdad en consulta

Hay una verdad que sí compartimos todos: las mentiras nos dificultan la vida. Cuando somos muy niños, creemos que la verdad se nos escapa por los ojos y no nos atrevemos a abrir la boca para contradecirlos. Incluso nuestros padres, en especial las madres, leen directamente la verdad en nuestros corazones. Más adelante, descubrimos que la verdad se oculta, retuerce, se pinta de colores; que la verdad se inventa y se miente por falta de fantasía. En nuestras relaciones, ya no partimos de la presunción de veracidad. Ni con la familia, ni con los amigos. Menos con bancos, con la DGT, con las haciendas, con nuestro ayuntamiento. Y como ellos sufren la misma incapacidad de reconocer siempre la verdad, pues nos avisan de que «esta conversación puede ser grabada», lo que nos agobia y tranquiliza a partes desiguales.

Pero hay un ámbito importante de nuestras vidas en que lo que decimos nunca es verdad. En el que un ser superior, parece, se arroga recoger la verdad en su ordenador de forma que lo hablado no existe. La única verdad es lo que él o ella escribe. Quién no se ha encontrado con un médico que, obviando lo hablado, esgrime esa Verdad que él mismo, juez y parte, ha escrito en la soledad de su ordenador, sin nuestro conocimiento y sin nuestra conformidad. Es en esas historias que relatan los galenos donde se practica una medicina «preventiva», que los salve de cualquier responsabilidad, incluida la judicial. En las consultas médicas falta una cámara atenta e imparcial. No para grabarnos en nuestros momentos de mayor debilidad. Es para que nadie corra el riesgo de mentir o de mentirse. Quizá sea la mentira uno de los rasgos que nos hacen humanos. Aunque no sé, parece que las moscas han aprendido a hacerse las muertas, para salvar su vida. En definitiva, de eso se trata. De proteger nuestra salud y nuestra vida.

Teresa Rivera Iglesias

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