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Editorial

Nadie puede creerse a Sánchez

La impostura del PSOE durará hasta las europeas para no sufrir una sangría de votos, pero seguirá después entregado al separatismo

Actualizada 01:30

La resaca de las elecciones catalanas va a ser larga y plena de impostura, con un calendario largo por delante que no culminará hasta que se celebren las elecciones europeas. Mientras llega ese momento, no cabe esperar de ninguno de los actores una posición firme y definitiva que afecte a sus intereses en la última cita electoral del año, muy relevante porque permitirá la votación de todos los españoles, y no solo de una parte, con una circunstancia excepcional: al ser España circunscripción única, todos los votos valdrán lo mismo y se reflejará mucho mejor la opinión real de los ciudadanos, matizada en el resto de las convocatorias por una ley electoral que privilegia a las minorías nacionalistas.

Conviene recalcar este contexto para poner en cuarentena casi todas las posiciones, pero especialmente la del PSOE y muy particularmente las de Pedro Sánchez y Salvador Illa, a quienes debe juzgarse por lo que hacen y no por lo que dicen. Su empeño en asegurar que el PSC gobernará en Cataluña, en rechazar que lo haga Junts y,además, en insistir en que no le preocupa cómo afecte todo ello a la estabilidad del Gobierno de Pedro Sánchez es, sin duda, una pose artificial y efímera que no se corresponde con los antecedentes y, tal vez, tampoco con el resultado final allá por el mes de junio.

Porque si al PSOE le preocupara de verdad levantar un muro constitucional en Cataluña, aprovechando la caída del independentismo, reclamaría el respaldo de todos los partidos en un frente unido, en exclusiva, por restituir el sentido común destruido por el nacionalismo desde al menos 2017. Y si dirigirse al PP y a Vox le provocara disturbios irreparables, al menos anunciaría, de manera solemne, su compromiso de repetir elecciones y su negativa ante notario a permitir, de cualquier manera, que un prófugo llegara a la Presidencia de la Generalidad con la ayuda por acción u omisión de los socialistas. Nada de eso ha hecho ni hará.

Los precedentes dejan claro que, cuanto más solemne ha sido Sánchez en su negativa a alimentar a Puigdemont, más contundentes y nefandas han sido sus decisiones a su favor, derivadas de una dependencia parlamentaria absoluta que concede al líder de Junts el «botón nuclear» de la legislatura. Pensar que, de repente, Sánchez está dispuesto a volver a las urnas en Cataluña e incluso a disolver las cámaras y convocar a todos los españoles a las urnas con tal de zafarse del chantaje separatista es una quimera, cuando no un ejercicio de ingenuidad dolosa.

Porque Sánchez ha modificado el Código Penal, impulsado una amnistía, negociado su investidura en el extranjero, asumido un cupo fiscal privilegiado e incluso alimentado un referéndum de independencia para comprarse una Presidencia que sin esos cambalaches nunca hubiera conseguido.

Y aunque ahora le interese mostrarse firme para no sufrir una sangría en una votación electoral, es casi imposible no pensar que, pasadas las europeas, siga cometiendo los mismos atropellos que desde 2018 le han convertido en el mayor problema político sufrido por España desde 1978.

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