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editorial

En la muerte del Papa Francisco

Quizá haya que destacarlo porque hay una tendencia a ocultarlo, su firme y constante defensa de la vida, especialmente de la de los más débiles: los no nacidos y los moribundos. Para decirlo con la mayor claridad posible, su consideración del aborto voluntario y la eutanasia como pecados gravísimos

Actualizada 09:14

El pueblo de Dios despide al Papa Francisco con dolor, alegría y gratitud. Dolor, por la pérdida de un Pontífice bueno. Alegría, por el convencimiento de que ya habitará en la casa del Padre. Y gratitud, por el servicio prestado a la Iglesia Católica. El nombre elegido por todo Papa nunca es casual. El cardenal Bergoglio, el primer Papa hispanoamericano, eligió Francisco, lo que revelaba su condición de jesuita con vocación franciscana. No quería el poder, ni siquiera el poder intelectual. Solo quiso ser pastor. Pero el pastor gobierna su rebaño no es una oveja más.

Para los creyentes, la Providencia y el Espíritu Santo hacen su trabajo, aunque a veces a muchos fieles les cueste entenderlo. Ha sido un Papa cercano, alejado de lo distante y solemne, asequible, sencillo y austero. En este sentido, encarnó el espíritu evangélico. Los aspectos fundamentales de su magisterio recogen la tradición eclesiástica, la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia y el ejemplo imperecedero de sus predecesores inmediatos. Tan cierta y ejemplar es su opción en favor de los desheredados y vulnerables como su continuidad en este sentido con el mensaje que siempre ha dado la Iglesia, aunque cabe encomiar el énfasis puesto en la defensa de una tradición clásica. Así, la opción en favor de los pobres, tanto de cuerpo como de espíritu, la defensa ecológica de la casa común, la lucha por la paz y contra el armamentismo, la denuncia de toda injusticia y desigualdad, el combate contra el encubrimiento de la pederastia en el seno de la Iglesia, la defensa de los derechos de la mujer y de su papel central en la vida de la Iglesia. Y, quizá haya que destacarlo porque hay una tendencia a ocultarlo, su firme y constante defensa de la vida, especialmente de la de los más débiles: los no nacidos y los moribundos. Para decirlo con la mayor claridad posible, su consideración del aborto voluntario y la eutanasia como pecados gravísimos. Todo ello con un lenguaje llano, sencillo y asequible a los más modestos entendimientos.

La izquierda tiende a politizarlo todo. Y ha decidido, sin razón, que el Papa Francisco era de «los suyos». Esperamos que extraigan las consecuencias debidas de su concepción del bien común, la dignidad de la persona, el derecho a la vida y el rechazo del aborto y la eutanasia, y sobre el fundamento religioso de los derechos humanos. Pues todo esto se encuentra en el magisterio del Papa Francisco.

El papa Francisco nos deja un inmenso legado, sobre todo, una manera bondadosa y cercana de ejercer el magisterio de Pedro.

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