El futuro del «orden liberal»
Será el grado de cumplimiento de esas exigencias el que nos permita en su momento concluir si el «orden liberal» subsiste o bien ha sido sepultado por las conveniencias de unos y las manipulaciones de otros
Las profundas y trágicas incertidumbres que la agresión rusa contra Ucrania ha introducido en el funcionamiento político, social y económico del mundo ha generado en medios intelectuales y comunicativos la pregunta sobre el presente y el futuro de lo que desde 1945 hemos venido conociendo como el «orden liberal». Es decir, la existencia de una comunidad de naciones que, con todos sus defectos e imperfecciones, y tal como decía desear la Carta de las Naciones Unidas en su preámbulo, había evitado el flagelo de la guerra que en la primera mitad del siglo XX había destrozado vidas y haciendas de dos generaciones sucesivas. Orden basado en la renuncia al uso de la fuerza, en la proclamación de los derechos humanos y en la necesidad de su respeto, en la igualdad entre el hombre y la mujer, en la economía libre de mercado y en un conjunto de normas jurídicas de obligado cumplimiento recogidas en un visible y aceptable Derecho Internacional. No hace falta recordar de nuevo que el sistema no siempre ha respondido a sus altas inspiraciones pero sí tener en cuenta que, incluso con sus limitaciones, la realidad mundial desde 1945 hasta el día de febrero de 2022 en que el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, decidió utilizar la fuerza para anular la integridad territorial y la independencia soberana de Ucrania, nadie hubiera podido negar que el progreso conocido por la humanidad en terrenos tales como la libertad, la justicia y la prosperidad era, seguramente, el mejor nunca conocido desde que la historia humana tiene memoria. Y el cataclismo parece ser de tal magnitud que muchos desde el análisis o desde la misma contemplación concluyen dudando de la supervivencia del «orden liberal» e incluso proclamando su final. Sin por ello predecir o imaginar qué nuevo orden podría ser el que el futuro nos depare, o temiendo la inexistencia de tal remota esperanza: el mundo se aboca al caos, dicen sin decirlo.
Si bien se mira, lo que con sus acciones buscan Putin y sus socios y acólitos es explícitamente eso, dar por finalizada la era del «orden liberal». No otra cosa es lo que afirman Putin y Xi Jinping en sus documentos conjuntos. Firmes partidarios de sistemas dictatoriales que encuentran su fuente común en el leninismo hacen de su cruzada contra el «orden liberal» que profesan las democracias la razón ultima de sus acciones de coacción, amenaza y fuerza y pretendida justificación de sus ámbitos autoritarios de poder. Vienen a darles razón aquellos que en la inestabilidad del planeta creen haber percibido el final de un régimen y la consiguiente imposibilidad de construir uno sucesorio. Sin quererlo, otorgan credibilidad a los que como Putin desde el Kremlin proclaman su creencia en la superioridad de una raza, de una religión, de un sagrado territorio: sería el patrimonio al que los creyentes tienen derecho inmemorial frente a los herejes que pretenden ponerlo en duda.
Son urgentes dos constataciones. La primera: el «orden liberal» no está muerto. Ciertamente no pasa por sus mejores momentos y entre sus fragilidades cuentan de manera especial aquellas procedentes de los grupos e individuos que desde dentro han encontrado, dicen, razones suficientes para poner sus fundamentos gravemente en duda, contaminando con ello creencias y comportamientos de dirigencias políticas y sociales que buscan en el poder y en la fama la erosión de los principios que habían dotado a la humanidad de respeto y dignidad. Pero concluir de ello el final traumático del sistema supone la construcción de un trecho que no corresponde ni a la realidad ni a la necesidad. Porque la segunda es, de momento, bien clara: no existe alternativa visible presente o futura al «orden liberal» y mientras alguna inesperada y hoy invisible revolución diga lo contrario, recitar el pésame de lo hasta ahora exitosamente practicado constituye en el mejor de los casos una seria irresponsabilidad. En el peor, una intencionalidad delictiva. Aquella a la que con fruición se dedican chinos y rusos y todos aquellos que en el ancho mundo, a derechas y a izquierdas, les siguen.
La subsistencia del «orden liberal» exige, desde luego, precisión en el análisis, pero también disposición argumentativa y práctica. No sabemos cómo acabará exactamente la tragedia que Putin ha provocado en Ucrania, pero ello no excluye que propongamos lo que, desde la óptica del «orden liberal» debería ocurrir para que la humanidad siga progresando en paz, estabilidad, libertad y prosperidad. Naturalmente, lo primero sería asegurar que la Federación Rusa pierda la contienda que ilegalmente comenzó. Lo segundo garantizar que los criminales de guerra responsables el desatino, Putin y sus secuaces, sean sometidos al juicio de la justicia internacional. Lo tercero que la Federación Rusa haga frente a las reparaciones económicas debidas al pueblo ucraniano. Y lo cuarto, o lo primero, garantizar la integridad territorial y la independencia soberanía de Ucrania. Y a ello habría que añadir una indispensable revisión de los sistemas internacionales de colaboración, particularmente el de las Naciones Unidas, para contemplar la manera de corregir un sistema que permite la presencia en el Consejo de Seguridad de un país con categoría de miembro permanente y derecho de veto sobre las resoluciones del organismo cuando es ya patente su inclinación criminal.
Será el grado de cumplimiento de esas exigencias el que nos permita en su momento concluir si el «orden liberal» subsiste o bien ha sido sepultado por las conveniencias de unos y las manipulaciones de otros. Mientras tanto solo hay un desiderátum: que el «orden liberal» siga rigiendo en lo fundamental los vaivenes de la humanidad expectorante y que en consecuencia que los que lo conculcan reciban el correspondiente castigo a su impudicia. Todo lo demás es locura.
- Javier Rupérez es embajador de España