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En primera líneaJavier Rupérez

El amigo alemán

No le interesa a España tener relaciones complicadas con Francia. Más bien al contrario. Pero para ello es imprescindible que París abandone su tendencia a considerar al vecino bajo una óptica que, en el mejor de los casos, no traspasa el de la paterna benignidad debida al inferior

Actualizada 01:30

En esta hora concreta de angustia gasístico-energética, Alemania necesitaba a España. El gaseoducto que con origen en nuestro pais llegaba hasta Alemania pasando por Francia era, y sigue siendo, la opción mas razonable para que Berlín pudiera ir liberándose del yugo putinesco. Hizo bien el gobierno español en mencionar las posibles alternativas para que el proyecto pudiera ser realizado en tiempo razonable. Hizo mal el gobierno francés en precipitarse y expresar dudas, que apenas escondían una negativa, sobre la viabilidad del trayecto hispano galo. La urgencia del caso hizo que desde Madrid se exploraran con el gobierno italiano las posibilidades de una trayectoria que evitara el camino francés para canalizarlo directamente desde Gerona a Livorno y desde alli, por trayectos largos y costosos, llegara hasta Alemania. En tiempos, en cualquier caso, más largos e imprecisos de los que hubiera necesitado el trazado por Francia.

Para cualquier observador medianamente atento de las relaciones exteriores españolas, y aunque el tema queda habitualmente por debajo de la atención que merece, es un dato irrebatible el que afecta a la permanente tentación francesa de tratar a la vecina España con ínfulas que oscilan entre el desprecio y el olvido, pasando por afanes visibles de dominación subordinante. No hace falta remontarse a 1808 ni recordar las diversas calamidades que los Borbones galos aportaron a este nuestro sufrido país para constatar los ramalazos del pasado reciente y del presente: la incalificable conducta de Giscard d’Estaing cuando como presidente de Francia albergó y protegió a los terroristas de ETA que en el vecino territorio francés buscaban y encontraban refugio para escapar de las instituciones policiales y judiciales españolas que los perseguían para hacerles pagar por sus crímenes. O la permanente negativa a permitir que un reabierto túnel de Canfranc pudiera facilitar una razonable y fluida ruta pirenaica y ferroviaria de contacto entre los dos paises. Esta última historia del respingo galo ante la posibilidad de que se trazara un gasoducto que comenzara en España y pasando por Francia acabara en Alemania se sitúa en la misma longitud de onda.

España y Alemania han reforzado recientemente sus relaciones

Lu Tolstova

Han sido los alemanes los que, preocupados por sus carencias energéticas y cuidadosos observadores de las opciones en perspectiva, han venido, de manera tan indirecta como quizás involuntaria, a cambiar la óptica francesa con respecto a España, ofreciéndonos de paso una ronda diplomática que seguramente no estaba ni en los deseos ni en las planificaciones galas. Esa foto de la reunion de Sánchez con el canciller alemán y con todo su gobierno dirigida precisamente a dotar de viabilidad al gasoducto hispano-franco-alemán, habrá provocado más de un incómodo hipo en el Quai d´Orsay, con una inmediata repercusión: ahora París reconsidera su negativa inicial y se muestra dispuesto a estudiar la alternativa del comienzo. Porque la posibilidad de un eje Madrid-Berlín alteraría incluso el pulso mayestático de Macron en el Eliseo.

No le interesa a España tener relaciones complicadas con Francia. Más bien al contrario. Pero para ello es imprescindible que París abandone su tendencia a considerar al vecino bajo una óptica que, en el mejor de los casos, no traspasa el de la paterna benignidad debida al inferior. En el peor, del que el nefasto Giscard es el peor de los ejemplos, una voluntad de prepotencia que impida al otro levantar cabeza.

Y desde luego le interesa a España diversificar la proximidad de sus relaciones bilaterales en el contexto multilateral de la Unión Europea. La pasividad con que la diplomacia española ha venido jugando su papel en el seno de los 27, como si todo quedara consumado con el hecho de la pertenencia, debe ser superada por una realidad innegable: la solidez de la UE no se ve alterada por el hecho de que en su seno crezcan y se desarrollen relaciones bilaterales de interés y proximidad. Ahora lo viene a demostrar Alemania. Pero el diseño debe ser profundizado y actualizado. Con Polonia, por ejemplo, por más que su actual mayoría gubernamental produzca con razón más de una erisipela.

Alemania nos ha hecho un gran favor político y económico en un contexto de beneficio mutuo y no cabe deducir con ello la gratuidad del empeño. Pero sí aprovechar la circunstancia para recordar que, en los momentos críticos de la Transición española hacia la democracia, la Alemania de Helmut Schmidt y Helmut Kohl jugó un papel determinante en el apoyo que todos aquellos que en el centro derecha o en el centro izquierda del espectro partidista español buscaban y querían la implantación de un sistema democrático. Otros, franceses e italianos, por ejemplo, lo hicieron de manera tan vocal como poco práctica. La España democrática le debe mucho y bueno al amigo alemán. No está demás aprovechar este momento para recordarlo.

  • Javier Rupérez es embajador de España
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