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El PSOE, infectado de separatismo

El sentimiento de odio o de desprecio de muchos catalanes a España es suicida, aun para los propios que lo padecen. Costará mucho esfuerzo y mucho tiempo restaurar en enorme daño que desde la Moncloa se alienta a infligir a la sociedad española

Actualizada 01:30

Ya ha sido consumada la operación de renovación del Tribunal Constitucional (TC) al gusto del ocupante de la Moncloa. Desde ahora ya es más verosímil que este organismo diga amén a las ocurrencias de los socios comunistas y separatistas que proporcionan la mayoría parlamentaria al presidente del Gobierno, lo que significa que los golpistas separatistas catalanes no sólo pueden dormir más tranquilos desde ahora, sino que tienen más fácil repetir la intentona, pues secretario general del PSOE ya ha conseguido lo que parecía imposible, que es infectar a los socialistas españoles de complacencia hacia el separatismo.

De momento, y digan lo que digan los dirigentes que se las dan de patrióticos partidarios de la integridad territorial de España, asisten sin rechistar a lo que hacen sus hermanos catalanes sin que se produzca el menor temblor en la estructura del partido por el que se presentarán a las elecciones. Los presidentes autonómicos socialistas García Page (Castilla-La Mancha), Fernández Vara (Extremadura), Puig (Valencia), Lambán (Aragón), Barbón (Asturias), Torres (Canarias), y las señoras Armengol (Baleares), Andreu (La Rioja) y Chivite (Navarra) están callados como muebles en el partido, muertos de miedo ante su secretario general, que los tiene lamiéndole la mano que les da de comer: ven que su secretario general, con sus embustes y sus malas compañías, va a expulsarlos del poder autonómico. Y con ellos, muchos militantes, que ven esfumarse su modus vivendi de cobrar del dinero de todos los demás que, según la doctora en Derecho Carmen Calvo Poyato, el dinero público no es de nadie. Y lo más dramático de todo: también los votantes del PSOE, que si se les preguntase por las maniobras de los separatistas catalanes, muchos de ellos manifestarían su oposición rotunda, convencidos de que el sentido de su voto no tiene nada que ver con los separatistas catalanes, cuando es el que hace posible que el ocupante de la Moncloa sea el que es y haga lo que hace.

envenenar al psoe

Lu Tolstova

¿Y qué hacen los socialistas catalanes? Para empezar ya han conseguido fracturar a la sociedad catalana, como resultado de una paciente labor de anestesia social lograda gracias a una propaganda tenaz y asfixiante de los medios públicos y de los privados generosamente subvencionados. Tratan de justificar la exigencia de separar Cataluña del resto de España apelando a que la mitad independentista de la ciudadanía de Cataluña es mayor que la otra mitad, callándose taimadamente que sólo hace cuatro décadas los votantes catalanes aclamaron en las urnas la Constitución española más intensamente que el resto de sus compatriotas, con toda libertad y todas las garantías (yo estaba delante y no se me olvida aquello). Pues bien, si pudiera ser válido el sentimiento de los ciudadanos de Cataluña hoy, ¿por qué no lo fue entonces, cuando el texto aclamado establecía el mecanismo de su reforma, que ahora los separatistas quieren transgredir?

Y ahora los separatistas, a los que se han incorporado los socialistas catalanes, andan a la greña peleándose por el poder autonómico. En Cataluña la guerra civil duró unos pocos meses: de julio de 1936 a otoño de 1938 lo que hubo fue la revolución. Y los que vivieron esos dos años y medio, como mis padres, recordaron toda su vida aquel infierno de asesinatos, delaciones e inseguridad máxima, que George Orwell plasmó tan fielmente en su Homenaje a Cataluña. Los rifirrafes de los separatistas entre sí que se producen ahora serían grotescos si no nos estuvieran amargando la vida. Invitan a recordar a Marx cuando, citando a Hegel, dice que «los grandes hechos y personajes de la historia aparecen dos veces». Pero se olvidó de agregar: «Una vez como tragedia y la otra como farsa».

En las encuestas de opinión suele haber, cuando se trata de la organización territorial de España o de los problemas locales o regionales, una pregunta más o menos de este tenor: «¿Se siente usted más vasco (o catalán, o de otra región) que español, más español que vasco, o igual?» A mí nunca me ha gustado este modo de preguntar, porque en la misma formulación de la pregunta se prejuzga el sentido profundo de cualquier respuesta, como si ser catalán, o asturiano, o vasco, o navarro, fuera sustancialmente distinto de ser español. Yo soy catalán; soy catalán del todo. Y soy español, también del todo, e igualmente soy europeo del todo. No caben porcentajes ni proporciones. Los sentimientos son tornadizos, pero las personas nos movemos por ellos en muy buena medida. El sentimiento de odio o de desprecio de muchos catalanes a España es suicida, aun para los propios que lo padecen. Costará mucho esfuerzo y mucho tiempo restaurar en enorme daño que desde la Moncloa se alienta a infligir a la sociedad española.

  • Ramón Pi es periodista
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