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En primera líneaGonzalo Cabello de los Cobos Narváez

Pablo Iglesias tiene razón

Al igual que fue un error subestimar a Pablo Iglesias en su momento, también lo es, y mucho más grave aún, menospreciar a Pedro Sánchez. En realidad, es una grave equivocación que cometimos todos y que ahora estamos pagando con creces

Actualizada 01:30

Existe una diferencia fundamental entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez: el primero tiene principios y el segundo no.

Muchos se sorprenden cuando digo abiertamente que, en lo político e incluso en lo intelectual, respeto al que fuera vicepresidente del Gobierno. Y es que, aunque les pueda gustar más o menos lo que piensa, a mí me repugna casi todo, lo cierto es que siempre se ha mantenido fiel a sus principios. Una solidez que yo admiro en cualquier persona, independientemente de su ideología, y, por la cual, además, el señor Iglesias fue defenestrado.

Es lógico que un liberal o un conservador deteste que un comunista quiera, por ejemplo, subir los impuestos a los ricos, penalizar al máximo los despidos, subir las pensiones hasta el infinito o repartir subvenciones sin ningún tipo de miramientos por la economía. Es normal. Pero una cosa es maldecir una política pública comunista con la que no estamos de acuerdo y otra muy distinta es no ser capaces de comprender que el señor Iglesias simplemente actuaba guiado por sus valores e ideales. Y eso, aunque no los compartamos, siempre merece respeto.

Estoy convencido de que Pablo Iglesias, como seguro era su deseo, podría haber vivido de la política hasta su jubilación. Si se fijan, tiene todas las características deseables para ser un buen comunista «made in Spain»: habla bien, miente mejor y, sobre todo, tiene carisma. Un atractivo que, aunque a muchos de ustedes pueda resultarle repulsivo, a otros tantos les resulta agradable.

El problema es que entre lo que uno desea y lo que uno tiene siempre suele haber un abismo infranqueable. Y ese fue el gran error que apartó de cuajo al señor Iglesias de lo que podría haber sido una cómoda existencia: no conformarse con lo que tenía.

Pablo Iglesias nunca escondió sus verdaderos objetivos políticos. Como mandan los cánones revolucionarios buscaba el «paraíso socialista en la tierra» y estaba dispuesto a hacer todo lo que fuese necesario hasta conseguirlo: forzar la máquina, manipular, enfrentar, agitar, etc. Y, hay que reconocerlo, no empezó mal su andadura por el purgatorio. Dio pasos rápidos en un tiempo récord y, mientras algunos seguían preguntándose quién era ese señor de la coleta que hablaba tan bajito e inquietaba a las masas, él aprovechaba para instalarse cómodamente en el Palacio de la Moncloa como vicepresidente del Gobierno.

Es decir, en tan solo seis años, Pablo Iglesias pasó de dar clases en la Universidad Complutense rodeado de rastas y cumulonimbos de marihuana a dictar leyes a vuelapluma a asesores obnubilados por su grandeza.

Ilustración: Pablo Iglesias

Lu Tolstova

Pero, todo lo que sube baja, y , aunque los cálculos le salieron bien al principio de su meteórica carrera como oráculo del neocomunismo, al final, Pablo Iglesias no pudo prever, ni mucho menos controlar, un factor que, sobra decirlo, a los españoles también se nos ha ido de las manos tanto como se le fue a él en su momento: Pedro Sánchez.

Si lo piensan con detenimiento, no es de extrañar que Iglesias sucumbiera ante una persona tan ambigua. Los principios de Pedro Sánchez han sufrido tantas metamorfosis a lo largo de estos pocos años que realmente nadie sabe en lo que cree, si es que alguna vez ha creído en algo más que en sí mismo y en la venganza, ni mucho menos en lo que piensa.

Y claro, ante alguien así, las estrategias no funcionan. No se puede prever lo imprevisible. Y es que, al igual que fue un error subestimar a Pablo Iglesias en su momento, también lo es, y mucho más grave aún, menospreciar a Pedro Sánchez. En realidad, es una grave equivocación que cometimos todos y que ahora estamos pagando con creces.

Iglesias conoce bien la ambición de Pedro Sánchez y sabe que nunca se conformará con haberle apartado de la política. También quiere la muerte de su memoria. Por eso está aupando sin miramientos a Yolanda Díaz. Su plan pasa por acabar de una vez por todas con esa rémora molesta de Podemos y, de paso, que Sumar ocupe el espectro político que antes ocupaba la formación morada, pero esta vez controlado por él. Y está teniendo éxito.

Y es que, para su desgracia, el antiguo secretario general de Podemos se ha dado cuenta de que la persona que él mismo designó para sucederle en el Gobierno para mantener una línea ideológica determinada, no solo le ha traicionado torticeramente echándose a los brazos de su peor enemigo, sino que ,además, se ha convertido en la responsable última del posible final de la formación que él mismo fundó y que hasta hace unos meses ella misma decía representar.

La jugada ha sido muy sencilla para el presidente de Gobierno. Pedro Sánchez sabía desde el principio que Yolanda Díaz estaba mucho más cerca de él que de Pablo Iglesias. Y no porque los volubles principios de la señora Díaz se hubiesen alineado de repente con los suyos, sino porque el presidente del Gobierno siempre ha sido consciente de que si hay algo que de verdad le gusta a Yolanda son los focos y la atención mediática que proporciona el auténtico poder. Sabiendo esto, para Sánchez ha sido muy fácil ir atrayéndola poco a poco hacia su jaula de cristal para, acto seguido, cerrar la llave con candado doble.

Es normal que Pablo Iglesias esté enfadado. Gracias al presidente del Gobierno, Irene Montero e Ione Belarra no tienen ni la mitad de fuerza que Yolanda Díaz ni, por supuesto, la mitad de atención mediática. Pedro Sánchez ha dejado de lado a sus socios de Gobierno y se ha construido una «rival» a su medida que, por lo que le debe, siempre estará a su merced y que, además, acabará con Podemos enterrando a Pablo Iglesias para siempre. Es un win-win.

Por eso, Pablo Iglesias tiene razón. Si Sumar no accede a pactar con Podemos será «una tragedia electoral y política», pero sobre todo lo será para él y para la formación que fundó en el año 2014. Porque Pedro Sánchez es así. No se conforma con haber eliminado a Pablo Iglesias de su Gobierno, él quiere más. Quiere venganza.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos Narváez es periodista
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