Cumpleaños parlamentario
¿Cuál es la diferencia entre la Asamblea que yo viví y la actual? El tono de los debates. No escuché insultos, ni lenguaje chabacano, ni descalificaciones tabernarias, ni gestos amenazadores
Podrá parecer un asunto menor a quienes se sientan desligados de las instituciones que afectan a su discurrir diario y, en definitiva, a sus vidas, pero no lo es. En la Asamblea de Madrid se debaten y aprueban leyes que nos obligan, se controlan las políticas del Gobierno de turno, se debaten y deciden los Presupuestos que respaldan las acciones cuyo destino somos los ciudadanos, y es la Cámara de representación democrática de los madrileños. Me referiré a su cumpleaños y pido disculpas por lo que, inevitablemente, entraña de protagonismo, de recuerdo personal. Lo viví en primera persona.
El pasado viernes celebramos el cuadragésimo aniversario de la constitución de la Asamblea de Madrid que coincidió con el primer cuarto de siglo de su traslado a Vallecas desde el viejo caserón de San Bernardo, antigua sede de la Universidad Central, luego Universidad de Madrid, nombres que siempre me parecieron más apropiados que el de Universidad Complutense ya que Complutum, la ciudad romana que dio lugar a Alcalá de Henares, es indicativo de un lugar que no es Madrid aunque sea cercano. La Asamblea conmemoró su cumpleaños con un Pleno Institucional que sirvió de información a los diputados que no vivieron su historia y avivó una cierta nostalgia melancólica en los que la vivimos.
La Asamblea de Madrid se ha hecho mayor ya en su cuarentena, esa edad mágica, la madurez, y lo hace con envidiable salud y sus deberes hechos. Y el traslado al nuevo edificio, que son dos contando el destinado a los grupos parlamentarios, un prodigio de arquitectura, diseño y construcción dirigidos por Ramón Valls y su equipo, cumple un guarismo hito en la juventud: 25 años. Cuando hablé ante el Pleno el pasado viernes, como uno de los dos expresidentes de la Asamblea que se dispuso tomásemos la palabra –la presidí en la IV legislatura (1995-1999)– quise referirme, por mi vivencia directa, fundamentalmente a este segundo cumpleaños.
El primer presidente de la Comunidad, Joaquín Leguina, y mi antecesor, Pedro Díez Olazábal, decidieron el lugar y pusieron la primera piedra de lo que sería la nueva Asamblea. Durante mi presidencia se construyó el edificio, se decidió construir el destinado a los grupos parlamentarios, y se hizo el complicado traslado desde el caserón de San Bernardo a Vallecas sin que afectase al normal funcionamiento de sus labores: la actividad legislativa, las Comisiones, los Plenos, incluso no se detuvieron un minuto ni el Registro ni el Archivo. Y todo gracias a un funcionariado eficaz y entregado a su labor, que merece especial reconocimiento.
Aquella IV legislatura desarrolló una amplia actividad legislativa, aprobándose 94 leyes, entre ellas la renovación del Estatuto de Autonomía, el nuevo Reglamento de la Asamblea y el Estatuto del Personal de la Asamblea que no se había materializado. Se creó, como órgano auxiliar de la Asamblea, el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, alto comisionado para salvaguardar y promover los derechos de los menores. Se aprobó la creación de la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid, como órgano auxiliar de la Asamblea, cumpliendo el artículo 44 del Estatuto de Autonomía.
La fecha más significativa para la Asamblea trasladada a Vallecas fue su inauguración por el Príncipe de Asturias, hoy el Rey Felipe IV, el 28 de septiembre de 1998. En mis palabras indiqué al Príncipe que no era ajeno a la tramitación y aprobación de las leyes ya que era el primer Príncipe de Asturias, y en su día sería el primer Rey de España, que cursó los estudios de Derecho. Alguna vez me lo ha recordado.
Acaso por mi pasión por la cultura entendí que un Parlamento debe tener un poso cultural –no en vano en Estados Unidos la Biblioteca del Congreso es una referencia– y firmé convenios con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la Biblioteca Nacional, entre otras instituciones. Esa dimensión cultural propició que en el frontispicio del Salón de Plenos disfrutemos de la magna –y última– obra de Lucio Muñoz: La ciudad inacabada, y en sus salas cuelguen obras de pintores fundamentales como, por citar sólo una, el lienzo con una vista de Vallecas de Antonio López. Fue notable la visita a la Asamblea de Rafael Alberti, entonces último superviviente de la generación del 27, que donó a la Cámara sus Palomas por la paz. En la planta baja del edificio de los grupos se establecieron una Sala de Exposiciones y un Salón de Actos. En aquella legislatura se celebró una exposición del pintor y académico Álvaro Delgado, discípulo de Benjamín Palencia en la última etapa de la Escuela de Vallecas, luego Escuela de Madrid.
¿Cuál es la diferencia entre la Asamblea que yo viví y la actual? El tono de los debates. No escuché insultos, ni lenguaje chabacano, ni descalificaciones tabernarias, ni gestos amenazadores. Y hubo hasta una moción de censura. El debate entre Leguina y Ruíz-Gallardón, el más atractivo que he conocido en mi vida pública, e incluyo los del Senado, fue de gran altura intelectual, y además no exento de humor. Como debería tratarse que fuese siempre la oratoria parlamentaria. Nada que ver con las diatribas embarradas que escuchamos a veces en la Asamblea o en el Congreso. Por referirme al palacio de la Carrera de San Jerónimo, ciertas intervenciones de Óscar Puente o Patxi López, por ejemplo, no tendrían cabida en un Parlamento ejemplar. Podrán servir para llegar a un ministerio pero no para dignificar el parlamentarismo. Feliz cumpleaños y a trabajar con mejor tono hacia el medio siglo.
- Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.