González Ruano, dandi y pícaro
Vivía acuciado por las deudas debidas a sus gustos caros del dandi que era y del aristócrata que no era, aunque a veces utilizó el título de marqués de Cagigal al que decía tener derecho. Cultivaba un dandismo de imagen: esbelto, elegante de modales
Hoy me alejo de la política que a menudo me cabrea y a veces me aburre. Entre los escritores singulares que traté destaca César González Ruano. Cuando murió en 1965 yo tenía 21 años y escribía una columna junto a la suya en el semanario económico «Desarrollo»; ni él, ni por supuesto yo, sabíamos nada de economía. Para él era lo de menos y para mí, en su estela, tampoco suponía obstáculo. Escribí su necrológica: «Para César todo era economía».
González Ruano era el articulista más reconocido de España. Producía tres o cuatro artículos diarios, consumía tres o cuatro cafés cada mañana, no paraba de fumar y llenaba las cuartillas sobre una mesa de café, primero en el Gijón y luego en el Teide, hoy desaparecido. Me recibía en su casa de Ríos Rosas 54, donde era vecino de Cela y del pintor Viola. Conservo varios tesoros suyos, entre ellos el manuscrito de un artículo, por cierto con falta de ortografía; aquel día tendría prisa. En su «Diario íntimo» recoge nuestros encuentros.
Se inició como poeta en los años veinte, aunque nunca fue considerado poeta entre los poetas, novelista entre los novelistas, ni dramaturgo entre los dramaturgos. Sus biografías fueron lo más elogiado de su obra literaria. Biografió a Baudelaire, a Zola, a Oscar Wilde, a Mata Hari… De unas horas con Unamuno en el Café Novelty de Salamanca nació una biografía del rector. Escribía una biografía en una semana y una novela en un mes. Apenas corregía porque lo que más le interesaba del libro era entregarlo y cobrarlo.
González Ruano vivía acuciado por las deudas debidas a sus gustos caros del dandi que era y del aristócrata que no era, aunque a veces utilizó el título de marqués de Cagigal al que decía tener derecho. Cultivaba un dandismo de imagen: esbelto, elegante de modales, trajes de paño inglés con chaleco que encargaba por medias docenas porque como no pensaba pagarlos prefería habérselas con un sastre acreedor y no con seis. Y, además, su lujo doméstico incluía secretario y ama de llaves. Si lo unimos a su afición de coleccionista de objetos y muebles de época es fácil imaginar lo que cavilaba para conseguir vivir bien de un oficio que definió como «tocar los cojones a los ángeles». Recorrió Europa con su compañera de entonces, que conocí y cuyo nombre callo; una belleza de buena familia acorde con sus veleidades aristocráticas. Sobre sus gustos sexuales, incluido el voyerismo en el que su compañera participaba como pareja de su secretario, no voy a insistir.
Escribió más de ochenta libros de los géneros más diversos, con novelas discretas como «Circe», «Manuel de Montparnasse» y «Ni César ni nada», por la que recibió el premio Café Gijón en 1951. Se le valora como gran articulista y entrevistador. Comenzó a escribir en La Época en 1927, después en La Nación y el Heraldo de Madrid, años 1929 a 1931, donde le pagaban veinte pesetas por reportaje, y en Informaciones. En 1932 ABC le contrató diez artículos mensuales a cien pesetas la pieza. Fue corresponsal de ABC en Berlín, de cuya etapa nació su libro 'Seis meses con los nazis', y en Roma. Abandonó esas ciudades dejando deudas atrás. Fueron elogiadas sus crónicas desde Berlín, y contó que había contratado a un limpiabotas español para que le tradujese las noticias radiofónicas cada mañana; no sabía una palabra de alemán.
A menudo sus artículos eran divagaciones primorosamente escritas. Llegó a escribir más de treinta mil artículos, que él llamaba «giliporcelanas». Por 'Señora, ¿se le ha perdido a usted un niño?', recibió el premio Mariano de Cavia en 1932. Escribía sin red, dándolo todo, a la manera en que un prestidigitador extrae un conejo de la chistera, limpia y milagrosamente. En esto los tiempos han cambiado para mal.
A González Ruano se le consideró un tipo turbio, capaz de casi todo por unas monedas. Está confirmado que cobró de la Embajada alemana en Madrid entre los años 1933 y 1936 por escribir al gusto de Berlín o firmar lo que le daban escrito. La Policía alemana le tenía por persona inteligente pero no de fiar. Su leyenda negra, que la tiene, viene de sus oscuras actividades en el París ocupado a donde se trasladó desde Roma en 1940. En aquella etapa, en la que no ejerció el periodismo, se dedicó a comerciar con antigüedades y joyas.
Fue detenido por la Gestapo en 1942 sospechoso de vender falsos visados a judíos perseguidos y pasó 78 días en la prisión de Cherche-Midi. En la celda escribió el largo poema «Balada de Cherche-Midi», publicado en 1944, obra desgarrada, acaso su mejor poesía; recuerda «Balada de la cárcel de Reading» de Oscar Wilde. Al abandonar la prisión la Policía alemana siguió vigilándole. En 1943 regresó a España y se instaló en Sitges durante cuatro años, colaborando en «La Vanguardia» y «Destino».
En 1948, González Ruano fue condenado en ausencia por un tribunal francés a veinte años de trabajos forzados por 'inteligencia con el enemigo'. Un colega de prisión le acusó de trabajar para los alemanes denunciando a sus compañeros de celda. Obviamente la sentencia no se cumplió. Siempre negó esos hechos.
Sobre sus actividades en París, su detención por la Gestapo, su prisión y su puesta en libertad, nada aclara González Ruano en sus memorias, «Mi medio siglo se confiesa a medias», de 1951. Fecha el prólogo en Torrelodones, mi pueblo, el 1º de julio de 1950. Ciertamente se confesó a medias. Pero sabemos su opinión sobre la verdad: «La verdad, la verdad pura, apenas sirve para nada».
Este personaje contradictorio, al tiempo dandi y pícaro, era un genio y para mí un maestro. Me ayudó cuando empezaba a transitar el ajetreado y mágico mundo de escritor y custodio su memoria con admiración y gratitud.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando