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en primera líneaJuan Van-Halen

Defensa de la incorrección política

Defiendo la incorrección política porque hoy supone situarse en la verdad y no en la mentira, en la coherencia y no en la incoherencia, en el realismo y no en la utopía. Soy políticamente incorrecto en un ambiente de confusión y desorientación que no distingue las voces de los ecos

Actualizada 01:30

Cada vez son más las evidencias de que soy políticamente incorrecto y lo asumo con naturalidad. Para mi tan leído Vladimir Volkoff ser políticamente correcto es apuntarse al todo vale, ir bobaliconamente a favor de la corriente, de lo adecuado. No me veo en esa línea. Se habló de lo políticamente correcto, refiriéndose al lenguaje, ya en 1792 en la Corte Suprema de Estados Unidos. Mucho después recogió el concepto la izquierda más radical para no desviarse de su canon. Había que mantener la corrección política para evitar las purgas. De ahí llegó a la izquierda burguesa. El socialismo maneja la propaganda y el relato como Billy el Niño manejaba el revólver. Desenfunda rápido y con precisión en el disparo. Son relatos del calibre 45. Cambian, se contradicen, vuelven a cambiar, pero son útiles. En la derecha la propaganda y el relato son, al menos en España, débiles y a menudo errados. Siendo benévolos pecan de ingenuidad. Ni escarmienta ni rectifica.

Incorrección

Lu Tolstova

Los socialistas gallean sobre la supuesta superioridad moral de la izquierda, que desmiente su propia historia y sus sucesivos ejemplos de inmoralidad. Cuando les conviene proclaman una moralidad inapelable que les sirve como bálsamo de Fierabrás. Lo cura todo. Cuando están en la oposición, advierten al Gobierno que no confunda la mayoría política con la mayoría social y aseguran que la derecha lo fía todo al voto mecánico que no representa a la auténtica mayoría. Sin embargo, cuando el socialismo gobierna —o desgobierna— a salto de mata, con mayorías forzadas, no le preocupa la incoherencia o indignidad de sus pactos y considera esa mayoría etérea como legitimación indiscutible. Esa misma razón del socialismo, y en general de la izquierda, conduce a desacreditar pactos que no sean los suyos. La corrección política es cómplice de la inconsistencia argumental.

Es impresentable que lo correcto en una democracia parlamentaria sea aceptar que la supuesta mayoría social es más representativa que la voluntad popular expresada en las urnas, porque cuando la izquierda habla de mayoría social tras perder unas elecciones se refiere a la que ocupa las calles a toque de corneta partidista y no tiene cuantificación ni rostro, pero es indiscutible que siempre serán más los ciudadanos que permanecen en sus casas que quienes adoptan el griterío callejero, la pancarta y no pocas veces la violencia.

Esas movilizaciones se producen cuando el socialismo pierde unas elecciones porque cuando las gana mantiene engrasados a los medios afines, a quienes gozan de cómodos y bien remunerados enchufes y, obviamente, a los sindicatos bien pagados, sumisos y calladitos. Se esgrime la falacia de que la legítima mayoría electoral no convencerá a la mayoría social, como si las urnas no crearan esa mayoría desde el libre ejercicio del voto. Los escaños socialistas son ocupados hoy por parlamentarios cómodos, sumisos y políticamente correctísimos. Aplauden como posesos ante los más evidentes desmanes de los suyos. Esta cacareada corrección política no supone, en principio, un golpe de Estado, pero representa un golpe de conciencia. El golpe a una realidad distinta asumida por quienes creemos en la democracia sin apellidos.

El socialismo entiende por políticamente correcta una comunión con ruedas de molino contra la historia, la lógica y la razón. A quienes estamos en las antípodas argumentales se nos sitúa en la incorrección política. Puros fachas. ¿Es que esa superioridad moral sería patrimonio de la izquierda? ¿Debemos entender que la pugna entre una etérea y no evaluable mayoría y la reconocible mayoría de los votos solo se produce cuando los socialistas pierden elecciones?

En relación con nuestra Historia más o menos cercana me siento también políticamente incorrecto. No creo que la Segunda República fuese un régimen de legalidad impoluta, como proclama la izquierda, y mucho menos que resulte aconsejable añorar aquella experiencia y querer resucitarla. El PSOE tiene una historia oscura, hasta criminal, pese a lo que se nos repite tanto. Desde el atentado contra Maura instigado por Pablo Iglesias, el fundador no el de pega, a las checas, pasando por el golpe de Estado de octubre de 1934 contra la legalidad republicana. Y últimamente con unas leyes cainitas de la memoria que tratan de imponer una historia falseada. No creo que debamos mirar al pasado con un solo ojo porque ese maniqueísmo responde a una falacia. Si la corrección política supone entender lo contrario, me siento políticamente incorrecto.

Azuzar la tensión y la confrontación conduce al desastre. Lo azuzó Largo Caballero buscando la guerra civil y ya se vio. La mentira continuada como estrategia política es inasumible. Actúa contra el interés general. Si creer lo contrario es políticamente correcto, yo me siento políticamente incorrecto. La incorrección política en el tiempo que vivimos, con tantas falsedades y decisiones vacías, es una apuesta por la lógica y la realidad y, sobre todo es hoy una vía, acaso la única, que mira al futuro. Supone no aceptar ser engañados, no caer en la manipulación, no dejarse llevar por el todo vale, no ir a favor de la corriente que se nos trata de imponer desde ocurrencias circunstanciales y por ello cambiantes. La incorrección política es, en definitiva, una forma de enfrentarse a esta realidad negativa, políticamente inmoral, obscena y destructiva del sanchismo.

Defiendo la incorrección política porque hoy supone situarse en la verdad y no en la mentira, en la coherencia y no en la incoherencia, en el realismo y no en la utopía. Soy políticamente incorrecto en un ambiente de confusión y desorientación generalizadas, que no distingue, machadianamente, las voces de los ecos. En una España que ahora no encuentra su pulso y se diría dormida. La incorrección política debe contribuir a despertarla.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
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