Cerca de las estrellas
La música de Los Pekenikes y la de Los Brincos sigue siendo hoy tan subyugante y mágica como hace ya casi seis décadas. Esa vigencia se debe sin duda a su grandísimo nivel y calidad, a su pop siempre elegante, limpio, técnicamente perfecto, original
Fue a finales de los años setenta cuando empecé a enamorarme de la música melódica de la década anterior, en la que había nacido, pero de la que apenas guardaba algún recuerdo personal. En realidad, creo que casi sólo me acordaba del verano de 1968, jugando con la pelota azul de Nivea en la playa palmesana de Ciudad Jardín, y de Jesús Hermida retransmitiendo un año después la llegada del hombre a la Luna. Yo tenía entonces cinco añitos.
Mi descubrimiento de grupos extraordinarios como Los Beatles o Los Beach Boys, o como Los Brincos o Los Pekenikes en España, fue por tanto algo tardío. De hecho, el mítico cuarteto de Liverpool y otras grandes formaciones de los años sesenta se habían ya disuelto cuando empecé a escucharlas con asiduidad, casi una década después. En aquel entonces, mientras algunos de mis mejores amigos recorrían las tiendas de discos buscando las últimas novedades del heavy metal, el punk o el rock sinfónico, yo escuchaba sobre todo vinilos de boleros y de música pop, mirando con nostálgico agrado un tiempo que parecía que ya había empezado a quedar un poco atrás.
En aquella época, lo más adecuado para intentar conocer un poco más a fondo a los grandes grupos de los años sesenta era adquirir un disco que reuniera todos sus grandes éxitos. Con esa intención vacié mi algo maltrecha hucha y compré Lo mejor de Los Pekenikes, editado por Hispavox, y Los Brincos. Álbum de oro, editado por Zafiro, dos pequeñas maravillas que reforzaron mi amor incondicional hacia la música de la bien llamada década prodigiosa.
Siendo ambos grupos tan diferentes, creo que les unía de alguna forma la elegancia y la melancolía de algunos de sus temas más hermosos, como Hilo de seda, Frente a palacio o Cerca de las estrellas en el caso de Los Pekenikes, o Un sorbito de champagne, Mejor o Tú me dijiste adiós en el caso de Los Brincos. Sigo escuchando esas y otras excelentes composiciones suyas todavía hoy, tantos años después, y me siguen pareciendo tan fascinantes e increíbles como cuando tenía toda mi cara llena de granos.
En cierto modo, podríamos decir que todas sus grandes canciones empezaron a ser ya intemporales desde el momento mismo en que nacieron, en el sentido de que no sólo no han envejecido lo más mínimo –ni siquiera les han salido unas pequeñas canas–, sino que además han acabado convirtiéndose en temas independientes del paso de los años, trascendiéndolos. La música de Los Pekenikes y la de Los Brincos sigue siendo hoy tan subyugante y mágica como hace ya casi seis décadas. Esa vigencia se debe sin duda a su grandísimo nivel y calidad, a su pop siempre elegante, limpio, técnicamente perfecto, original. Un pop moderno y nostálgico al mismo tiempo, melancólico y romántico a veces, luminoso y festivo otras. Un pop profundamente evocador, como si proviniera de otro lugar y de otro tiempo, pero al mismo tiempo inequívocamente español.
Una de las peculiaridades de Los Pekenikes y de Los Brincos fue que seguramente habrán sido los dos grupos españoles que más cambios de todo tipo han experimentado en su seno. Incluso en eso fueron precursores. Los componentes originarios de Los Pekenikes fueron, como saben bien sus muchísimos fans, Alfonso Sainz, Lucas Sainz, Ignacio Martín Sequeros, Eddy Guzmán y Pepe Nieto, si bien en su primera década formaron también parte del grupo en algún momento u otro hasta quince músicos distintos. Dos de ellos, Juan Pardo y Antonio Morales –Junior–, acabarían integrándose en Los Brincos originarios, junto con Fernando Arbex y Manuel González.
En los años sesenta surgirían en nuestro país otros grupos musicales también muy reconocidos, como Los Bravos, Los Mitos, Los Ángeles, Los Relámpagos o Módulos, entre otros. No volvería a haber una eclosión musical de semejante calidad hasta los años ochenta, gracias a todas las grandes formaciones de pop-rock que nacieron durante la denominada «Movida» madrileña. Este movimiento fue tan potente y tan dinámico que al final acabarían formando parte del mismo grupos de casi toda España. Mi querida Mallorca natal aportó también su pequeño granito de arena a la mítica «Movida», especialmente con La Granja y con Peor Impossible –sic–. La mayor parte de aquellos irrepetibles grupos ochenteros fueron, en cierto modo, hijos, sobrinos o ahijados más o menos díscolos de las formaciones que habían nacido en los años sesenta.
Seguramente, todavía hoy nos maravilla el hecho de que hace seis décadas se hiciera en nuestro país una música pop tan buena, al mismo nivel de la que se hacía entonces en el Reino Unido o en Estados Unidos, que eran los dos grandes astros que iluminaban casi todo el firmamento musical. Tan lanzados estábamos, que incluso hubo varios grupos patrios que a finales de los sesenta se atrevieron a grabar algunas canciones directamente en inglés, toda una heroicidad idiomática entonces. De alguna forma, al mirar ahora de nuevo hacia atrás, nos damos cuenta con mayor claridad de que con maestros como Alfonso Sainz, Ignacio Martín Sequeros, Fernando Arbex o Juan Pardo también nosotros estuvimos entonces, por primera vez, cerca de las estrellas. Muy cerca.
Josep Maria Aguiló es periodista