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TribunaCarlos Abella

2021, centenario del nacimiento de Luis G. Berlanga

No es posible –en mi opinión- entender las contradicciones, taras y peculiaridades de la España que transcurre entre 1950 y los inmediatos años después de la muerte de Franco, sin deleitarse, emocionarse y sonreír con el inteligente, demoledor y potente humor de Luis G. Berlanga

Actualizada 04:56

Celebramos en 2021 el centenario del nacimiento de uno de los más notables genios que ha dado España en el siglo XX y sin duda uno de los más relevantes del cine español. Su filmografía acredita que, pese a la censura que existió en la mayor parte de su tiempo creativo, Luis G. Berlanga y sus guionistas consiguieron que su ingenio, ironía, e inteligencia sorteara el rigor moral, político y social del clima ambiental.

Hay que situarse en el año 1953 para darnos cuenta de que la película Bienvenido Mr. Marshall es quien mejor escenifica el aislamiento político internacional del Régimen y su marginación del Plan Marshall; en ella, Berlanga muestra la realidad viva de un pueblo humilde, sus carencias alimenticias, sus anhelos, sus utópicas infraestructuras y el compromiso público de su alcalde que desde su balcón dice a sus conciudadanos que les debe una explicación. Y aprovecho para comentar la genial la escena en la que el maestro, interpretado maravillosamente por Alberto Romea, relata en sueños la aventura colonial española que sin dudar irritará hoy algunas mentes rectoras del nuevo continente.

Y hay que tener mucho valor y mucho ingenio para desarrollar toda una trama «negra» en torno a la figura de El verdugo, metáfora implacable del ejecutor de las condenas a muerte de la España de esos años y que recrea la sordidez de un oficio consistente en retorcer el cuello a un condenado hasta su expiración. Pepe Isbert es en esta película la escenificación de un sórdido oficio.

Cada vez que veo las dos películas citadas me imagino la maliciosa y cómplice sonrisa con la que Berlanga y Bardem en la primera y Berlanga y Rafael Azcona en la segunda, debieron salir de la siniestra oficina del censor, por haber sorteado los escrúpulos puntuales del mismo, habiendo conseguido mantener la esencia de la trama, que es lo verdaderamente importante de las dos películas.

Bienvenido Mr. Marshall fue candidata a la Palma de Oro del Festival de Cannes, cuyo jurado presidió ese año Jean Cocteau y que le concedió el Premio Internacional a la mejor comedia y mención especial al guion, en el que también colaboró el dramaturgo Miguel Mihura. La película ganadora de la Palma de Oro fue El salario del miedo, con su inolvidable plantel de actores como Charles Vanel, Yves Montand, Vera Clouzot, Folco Lulli y Peter Van Eyck, bajo la dirección de H.G. Clouzot, que solo dos años después nos estremecería con Las diabólicas.

Sus siguientes películas Novio a la vista (1954), Calabuch (1956) y Los jueves, milagro (1957) fueron ejemplos de ingenio poético y la siguiente, Plácido, en 1961 fue candidata al Óscar a la mejor película de habla no inglesa. En todo caso, Berlanga mantuvo su inspiración iconoclasta en otras películas, abordando otros temas, y otras obsesiones suyas tan peculiares como Tamaño Natural, con una sobria actuación del gran actor Miche Piccoli, y ya en democracia ridiculizó de nuevo a la España de entonces en La Escopeta Nacional, en la que el genial actor Jose Sazatornil representaba a un industrial catalán que viene a Madrid a hacer negocio y para ello –si es preciso–, se camufla de cazador sin saber lo que es un «puesto» y un muflón. Años después, las imágenes cinegéticas de su película fueron interpretadas por un ministro de justicia socialista y el juez más relevante de la Audiencia Nacional, para urdir una trama política y judicial.

La saga de los Leguineche en Escopeta Nacional y Patrimonio Nacional es ya la credencial de su peculiar humor y de la ridiculización de una aristocracia venida a menos, obsesionada –a través del personaje del genial Luis Escobar– por la llegada de la democracia, en salvar las joyas, los muebles y en situar su ajado patrimonio en el decadente Biarritz.

Años después La vaquilla (1985), nos permitió comprobar que en plena guerra civil los contendientes habían sorteado en el frente la irreconciliable aversión de las dos Españas, para intercambiar prisioneros, cigarrillos, permitir encuentros clandestinos de sus familias, y organizar conjuntamente la fiesta de su pueblo con la lidia de una vaquilla, situación que invitaba a la reconciliación que anticipaba lo que supuso la Transición. En Todos a la cárcel (1993) Berlanga se hace eco, de forma un tanto delirante, de la corrupción que los partidos, los ayuntamientos, y los Gobiernos –y por supuesto las personas– habían implantado en la España democrática y convierte la cárcel Modelo de Valencia en un «plató» en el que gentes de la política, la cultura y la farándula aprovechan su coincidencia para hacer lucrativos negocios.

Berlanga recibió merecidos reconocimientos en vida y así en 1980 obtuvo el Premio Nacional de Cinematografía, en 1981 la Medalla de Oro de las Bellas Artes, en 1986 el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y en 1993 el Goya al mejor director por su película Todos a la cárcel. En 1988 fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, e ingresó al año siguiente con un discurso titulado El cine, sueño inexplicable.

Hay que destacar que su cine es la mejor prueba de que detrás de la acusación a la censura se escondía –a veces– mediocridad creativa, y temor a comprometerse política o socialmente. Y por ello, no es posible –en mi opinión– entender las contradicciones, taras y peculiaridades de la España que transcurre entre 1950 y los inmediatos años después de la muerte de Franco, sin deleitarse, emocionarse y sonreír con el inteligente, demoledor y potente humor de Luis G. Berlanga, que nos dejó físicamente hace ahora once años, pues murió justamente el 13 de noviembre de 2010, pero que gracias al cine sigue vivo en nuestra memoria y en el generoso depósito de nuestra sensibilidad. 

  • Carlos Abella es escritor
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