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TribunaJosep Maria Aguiló

Todo está en los libros

Pese a todo, todo sigue estando aún en los libros, o al menos todo aquello que de verdad es esencial o vale la pena, como los sentimientos, las ideas, la realidad y la vida

Actualizada 09:26

Nuestro primer contacto con el mundo de los libros suele iniciarse muy pronto, incluso antes de que aprendamos a leer, por esa curiosidad innata que solemos tener los seres humanos por descubrir y tocar todos los objetos que nos rodean, en especial en los primeros años de nuestra infancia.

Las primeras lecturas solemos hacerlas ya en torno a los cinco años de edad, tras unos comienzos inicialmente algo dubitativos en el aprendizaje de las vocales, las consonantes –en mis tiempos aún existían la 'ch' y la 'll'– y los números. Poco después, con la inestimable ayuda de nuestros primeros maestros, vamos introduciéndonos cada vez más en los misterios y las estrictas reglas de la gramática, la ortografía o la aritmética, empezando a distinguir y a comprender paulatinamente con mayor claridad conceptos, fórmulas y palabras.

En cierto modo, nuestra educación sentimental suele iniciarse también en esa época, sobre todo gracias a la lectura de los cuentos de hadas. La mayoría de esos cuentos suelen ser de temática amorosa, por lo que ya con seis o siete añitos empezamos a tomar clara conciencia de que los enamorados de cualquier reino o principado han de superar casi siempre todo tipo de impedimentos y de obstáculos para lograr hacer efectivo su amor. Por suerte, al final los protagonistas de esas historias suelen acabar casándose y siendo plenamente felices, aun a pesar de lo limitado de su dieta, pues al parecer todos ellos optan por alimentarse sólo de perdices durante el resto de su vida.

En aquellos primeros años lectores, nuestra predilección por unos cuentos o por otros quizás represente un primer indicio de cómo nos vemos quizás a nosotros mismos y de cómo vemos también el mundo que nos rodea. Sin duda, no es lo mismo reconocerse en los príncipes y las princesas que aparecen en La bella durmiente o en Blancanieves, que identificarse con el personaje masculino de La Bella y la Bestia o con el protagonista de El patito feo, con el que yo me solidarizaba muy especialmente.

En mi caso, nunca llegué a tener ninguno de esos cuatro cuentos en mi pequeña biblioteca infantil, por lo que seguramente los descubrí en clase, en el cine o en algún programa educativo de Televisión Española. Sí formaban parte de mi mini biblioteca, en cambio, La cenicienta, Pulgarcito, Simbad el Marino, Medio pollito, El soldadito de plomo, Cuentos de Navidad, El príncipe feliz, Gulliver en el país de los gigantes y Los chinitos de la casa de al lado, que todavía hoy conservo en casa. Precisamente, ahora mismo los tengo todos junto a mí, en la mesa del comedor, mientras estoy escribiendo lleno de gratitud –y de melancolía– este nostálgico artículo.

Aquellos nueve cuentos me los regalaron los Reyes Magos en la segunda mitad de los años sesenta, un periodo que para mí fue también, en cierto modo, la década prodigiosa, ya que gracias a los libros que leí en aquellos años se empezó a forjar dentro de mí un gran amor por la literatura, un amor que muy pronto se haría también extensivo al periodismo, al cine y a la filosofía. Ese amor continúa todavía hoy intacto, pues los libros siguen fascinándome hoy igual que ayer, mostrándome otros mundos y dando respuesta a la mayoría de mis preguntas, casi todas ellas relacionadas con los sentimientos, las ideas, la realidad y la vida.

Esa sensación de plenitud que sólo nos puede proporcionar la lectura está reflejada de una manera maravillosa en la bellísima canción Todo está en los libros, que descubrí por vez primera en 1982, como sintonía del programa televisivo de Fernando Sánchez Dragó Biblioteca Nacional. El proceso de creación del citado tema musical resulta ya, en sí mismo, digno de las mejores historias, pues nació de un encargo urgente que le hizo Sánchez Dragó al poeta Jesús Munárriz, que creó la letra de esa canción en apenas un día. A continuación, Luis Eduardo Aute le puso la música y Carmen Machado la cantó y la grabó sólo para ese programa, pues creo que nunca se llegó a editar en un vinilo.

Quince años después, en 1997, esta gran composición se volvió a popularizar, en una versión más reducida, para el programa Negro sobre blanco, también de Sánchez Dragó. Y ya más recientemente, fue reconstruida y versionada por Christian Glaría, un profesor amante de la música y de la literatura, que escribe romances y cuentos e interpreta canciones con una extrema sensibilidad. Glaría hizo dos versiones de Todo está en los libros, una en 2013 y la otra en 2020, ambas excelentes, al mismo nivel que la originaria de 1982.

Ahora que se han cumplido justo cuarenta años de la primera grabación de ese precioso tema, podríamos tal vez pensar que quizás su título no sea ya tan literalmente exacto como lo era entonces, pues los libros tienen hoy la competencia directa de Internet, de las redes sociales o de la «nube» informática. Pero aun así, yo diría que, pese a todo, todo sigue estando aún en los libros, o al menos todo aquello que de verdad es esencial o vale la pena, como los sentimientos, las ideas, la realidad y la vida.

Es cierto que el mundo que nosotros conocimos en la infancia no es el mismo en el que luego han crecido nuestros hijos o nuestros nietos, pero también creo que a casi todos los seres humanos nos interesan y nos emocionan casi siempre las mismas cosas, la mayoría de ellas aprendidas generación tras generación en los libros que descubrimos y disfrutamos en la infancia.

Por ello, estoy seguro de que por muchos años que pasen o por mucho que avancen las nuevas tecnologías, los libros siempre estarán ahí, a nuestro lado. Del mismo modo, siempre habrá niños que se reconocerán en los afortunados protagonistas de los cuentos de hadas, aunque a lo mejor al final ya no coman hoy perdices y sigan en su lugar una estricta dieta vegana. De igual forma, siempre habrá también niños que se identificarán plenamente con todas las historias de aprendizaje, en especial con aquellas que nos hablan de patitos feos que alguna vez, dichosa y luminosamente, se acabaron convirtiendo en cisnes.

  • Josep María Aguiló es periodista
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