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03 de julio de 2024

TribunaIgnacio García de Leániz

La ecoansiedad y la extinción de los hijos

La opción de la infecundidad voluntaria implica también una fuerte recarga de angustia por la renuncia a la paternidad y maternidad que se traduce en la proliferación de nuevas formas melancólicas en la clínica psiquiátrica

Actualizada 01:30

Uno de los temas que se ha mencionado en la reciente jornada del Ayuntamiento de Madrid sobre la grave crisis de la natalidad, organizada por El Debate, ha sido el importante papel que juega la ecoansiedad, especialmente entre las generaciones más jóvenes, en la difusión de la mentalidad «sin hijos».

Este nuevo concepto psíquico pone nombre a una forma de ansiedad ligada a la desazón y angustia que produce en nuestro mundo emotivo el deterioro y peligro medioambiental y climático. Con más precisión, la American Psychology Association reconoce ya la ecoansiedad como el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irreversible del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones. En los casos más graves, dicho sentimiento provoca brotes de angustia y depresión como nos indica ya la clínica psiquiátrica actual, especialmente la de los jóvenes.

Dicha forma peculiar de ansiedad hipermoderna aparece íntimamente ligada a la conciencia tan extendida entre nosotros, como ha escrito Alessandro Baricco, de tener «la inminente sensación de un apocalipsis» Y que actúa en la psique de los posibles progenitores como censura que convierte al «no-hijo» en opción preferencial y al hijo posible en amenaza indeseable. Para entender esta conexión entre ecoansiedad e infertilidad, hay que tener en cuenta el gran éxito del libro –traducido a 15 idiomas– escrito por la psicóloga y madre francesa, Corinne Maier No kid. 40 buenas razones para no tener hijos en 2008. La obra supuso un manifiesto de «buenas razones» contrario a la natalidad que dio lugar a la expansión en Occidente del movimiento anglosajón «voluntary childlessness» (sin hijos voluntariamente) capitaneado por mujeres que habían decidido no tener hijos. Maier destaca cómo una poderosa razón para decidir así es la «huella contaminante de carbono» que supone la procreación en la situación del mundo actual. Huella que en nuestro país supone por persona entre 3 y 4 toneladas de CO2/año. En el universo de este movimiento extendido entre nuestras nuevas generaciones, el posible hijo es visto sobre todo como un «ser de desechos» cuyo impacto ambiental espolea a los jinetes del Apocalipsis del cambio climático y calentamiento global. Pero no solo eso; en tanto que «fábrica de desechos» dicho ecologismo postula que el ser humano no es solo un lobo para el hombre, sino primordialmente para las demás especies y ecosistemas. Por eso, congruentemente, amar este mundo supone no concebir hijos como imperativo moral, de tal modo que impedir una nueva vida humana es decirse internamente ante ese hijo posible: «No es bueno ni por tanto deseable que vengas a existir». Más bien lo contrario.

Y así va cristalizando ente las nuevas generaciones una nueva ley demográfica fundamental: cuanto mayor esté una persona concienciada del daño medioambiental, mayor será su «sentimiento de culpa» por la situación del planeta y de rechazo a la humanidad plasmado en su no-tener-hijos: ser padre o madre pasa a ser ante todo un delito de «lesa naturaleza».

Pero esta decisión para resolver las acechanzas de esta nueva manifestación de la angustia genera a su vez, como en el laberinto de Creta, otra novedosa situación emocionalmente nociva en la que se quedan atrapadas las nuevas generaciones ante esta «alternativa del diablo (o el fin de lo humano o el fin del planeta) a la que parecen abocados.

Y es que la opción de la infecundidad voluntaria implica también una fuerte recarga de angustia por la renuncia a la paternidad y maternidad que se traduce en la proliferación de nuevas formas melancólicas en la clínica psiquiátrica, como ha mostrado recientemente desde su consulta italiana el psicoanalista Massimo Recalcati: una nueva melancolía entre nuestros jóvenes (la neo-melancolía ) que adopta la forma de la atrofia de la facultad de desear, de un vivir sin deseo, de desear no tener ningún deseo como destaca agudamente Recalcati. Y entre todos los deseos, el primero en ser obturado es el de iniciar una descendencia que me haga padre o madre.

La pregunta ante todo esto surge urgente: ¿cómo podemos ayudarles en esta compleja tesitura no solo psíquica sino antropológica y vital en que se hallan varios de ellos y de nosotros? Mucho hay que estudiar, trabajar y discutir para lograr respuestas. Pero por ahora, modestamente, aconsejo una lectura breve: la novela corta La carretera de Cormac McCarthy, recientemente fallecido, premio Pulitzer en 2007, y que en su luminosa crudeza no acepta esta disyunción extendida de o hijo o mundo, sino que se decanta por una nueva síntesis integradora, siguiendo la estela del pensamiento de Hannah Arendt. La misma que escribió: «El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y natural es en último término el hecho de la natalidad». Puede ser un buen comienzo para abordar los retos y respuestas que nos plantea la nueva ecoansiedad en su compleja radicalidad.

  • Ignacio García de Leániz Caprile es profesor de Gestión de Recursos Humanos en la Universidad de Alcalá de Henares
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