Operación Invierno
Si no se hace el pequeño esfuerzo de abrir bien la mente uno puede llegar a pensar que lo que uno vive es la realidad y que el paisaje es más o menos siempre el mismo, cuando no es más que una pequeña parte
No se trata de ninguna operación militar. Ni del título de ninguna película de «aquellas» en las que un comando de unas supuestas fuerzas especiales iba a atacar una central eléctrica o a hacer explotar un depósito de municiones. Todo con el fin de debilitar al enemigo o rescatar a un compañero secuestrado.
¿Recuerdan la frase?: «Ve con dos de tus mejores hombres y acaba con eso». La verdad es que es chocante desde una perspectiva actual ya que el que da la orden no contempla perspectiva de género ni lenguaje inclusivo, ni nada de nada. Pura meritocracia o «a dedo». Otros tiempos; lo dejamos ahí.
La operación que abordo es de otro tipo: una hernia que hubo que arreglar hace pocas semanas. Te dicen que es «poca cosa» y que «al día siguiente a casa» hasta que te operan. Después de la operación vienen las recomendaciones hechas por el cirujano del tipo de «esto hay que tomárselo con calma para que cierre bien». Y de regalo: «es normal que duela». Seguramente, si contaran la verdad desde el principio, serían bastantes los que aguantarían al máximo antes de «entrar en taller».
Lo cierto es que la mente sabe interpretar que después del «paso por boxes» si vivimos en un «allegro» cotidiano nos modula hasta un «moderato» para minimizar riesgos. Hay que frenar.
Y en ese modo «slow» la ciudad, cualquier ciudad, es la misma pero no es igual. Estamos acostumbrados a caminarla casi siempre a las mismas horas y adelantar o caminar al paso de gentes que son muy parecidas a nosotros. Algunos hasta «nos suenan» de verlos por la calle, en los transportes...
Si no se hace el pequeño esfuerzo de abrir bien la mente uno puede llegar a pensar que lo que uno vive es la realidad (con sus personas y con sus tiempos) y que el paisaje es más o menos siempre el mismo, cuando no es más que una pequeña parte. Cuántas veces pasamos por delante de un hospital ignorando lo que pasa ahí dentro y las fatigas en las que estarán los enfermos y los que los acompañan…, hasta que a uno o a alguien cercano le toca entrar.
En la calle, a estas horas desconocidas de la mañana, viajo a pie con gentes de otra edad que caminan más lentamente (como uno ahora), que se quedan mirando con calma lo que ven. Algunos van acompañados. Si hay sol, aunque venga con una brisa cortante, se vuelven a detener y lo miran con los ojos cerrados. Lo reciben con esperanza.
Por parte del convaleciente agrada pensar que hay otra vida que bulle para los que han moderado el ritmo tanto de cuerpo como de mente…; con tiempo para que las cosas se puedan ver y hasta interpretar en segunda mirada, como en un cuadro impresionista.
Es curioso: son dos mundos que caminan paralelos un martes pero que se cruzan de alguna manera un domingo por la mañana.
Me acuerdo que entré en un bar, pasada la hora del Ángelus y allí estaban. Me refiero a las porras y churros en lo alto de la máquina del café. Las que todos conocemos con brillo y crujido a horas más tempranas. Con el vapor de la máquina seguro que estaban calientes pero se las veía blandas y aceitosas.
Creo que solo sirven para reforzar la decadencia del lugar, la desidia de un dueño que va tirando y que cuenta las semanas para dar el portazo y marcharse a vivir al apartamento de la playa que juntando ahorros se pudo comprar.
Me reafirmo: no conforma un buen bodegón la bandeja de porras con las tapas de chorizo o los boquerones en vinagre.
Me pregunto: ¿por qué las dejará ahí ya casi llegada la hora de comer? Es una de esas preguntas que no tienen respuesta fácil como porqué los pilotos kamikaze usaban casco o para qué sirve el Senado.
Definitivamente la mente, estos días, toma un momento de asueto y cesa de dar vueltas a lo mismo y convierte la ciudad competitiva en un Macondo en donde se cruzan lo real con lo irreal (y pasado con presente) o en un Shangri-la donde no hacen falta las amnistías porque todos somos buenos y nadie merece castigo.
Intentaré que dure un tiempo esta sensación pero me temo que será imposible y al final tendré que escoger a dos de mis mejores hombres o mujeres para alcanzar algún objetivo. O yo solo apresurado de un lado a otro, como de costumbre.
- Tino de la Torre es gerente de Westfalia Gestión de Patrimonios y escritor