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TribunaLuis Javier Montoto de Simón

La riqueza ganadera de España: la historia de la Mesta

Pese a su desaparición en el túnel del tiempo, la Mesta nos ha dejado en nuestro territorio un gran legado del cual disfrutamos los aficionados al senderismo y la naturaleza

Actualizada 01:30

La rebelión que presenciamos actualmente en el mundo agrícola y ganadero puede marcar claramente un antes y un después en la recuperación de la conciencia que debe tener nuestra sociedad para establecer una justa proporción de beneficios económicos entre los productores directos, los que trabajan en primera línea y generan la materia prima desde el estrecho contacto con la tierra, y los que gestionan los cauces de transmisión que permiten que los alimentos generados por los primeros lleguen a nuestras mesas y despensas. Es indudable que el injusto desequilibrio entre los costes y beneficios que soportan agricultores y ganaderos sufriendo, nunca mejor dicho, las consecuencias de unas normativas administrativas establecidas por marcos legales emanados por los organismos públicos, sean a nivel nacional o en el marco de las políticas de la Unión Europea, precisa de una nueva orientación normativa que permita que los primeros no se vean abocados a la ruina económica y social.

Lo que ahora estamos contemplando a través de las manifestaciones del mundo del campo en las calles de nuestras principales ciudades, de los cortes de carreteras mediante las tractoradas y sus declaraciones públicas forman parte de una rebelión social con el objetivo fundamental de manifestar una idea muy clara: «Las cosas tienen que cambiar, el mundo del campo no puede seguir así».

Para que esta «rebelión» no se convierta en «revolución» en el pleno sentido de la palabra, es decir, poner patas arriba todo el sistema de producción, gestión y venta de los productos alimentarios, con los posibles daños políticos y sociales que se pudieran derivar de ella, habrá que armonizar las posturas enfrentadas y llegar a los acuerdos más positivos para todas las partes en conflicto.

Para analizar toda esta cuestión con conocimiento de causa hay infinidad de personas con mayor capacidad de la que yo pueda tener sobre ello. Pero, al hilo de la cuestión, no quiero dejar escapar la oportunidad de hacer una reconsideración histórica de la que fue una de las antiguas organizaciones ganaderas que mantuvieron el prestigio y calidad de nuestra cabaña entre las mejores del mundo en la época en la que estuvo vigente.

Me refiero a la Mesta, que era una institución puramente castellana, aunque, también hay que decirlo, con limitadas relaciones con los pueblos periféricos de su entorno. Se extendía, por tanto, desde Extremadura, algunas zonas andaluzas y llegando hasta la región leonesa.

Nació con el apoyo Real de Alfonso X el Sabio en 1273 con la idea de proteger y fomentar la ganadería, predominantemente ovina, de la cabaña existente en las tierras castellanas por aquellos años. La agrupación de los pastores castellanos en el llamado Honrado Concejo de la Mesta fue una institución capital en la vida española durante varios siglos hasta su desaparición en 1836.

Reunidos pastores y propietarios, acordaban una política de precios para la lana, la leche y la carne determinando el libre paso del ganado por tierras ajenas. Pero tuvo sus problemas de convivencia con los agricultores a lo largo de su existencia. Se dice por ello que «la Mesta hizo a Castilla y la deshizo».

En sus inicios, Alfonso X el Sabio estableció una serie de normas y derechos que permitían a los ganaderos «andar salvos y seguros con sus ganados por todas partes de sus reynos e pacer las hierbas e beber las aguas; e no causar daños en mieses, ni en viñas, nin en otros lugares acotados, que ninguno no fuere osado de hacellos embargar o contrariar». Como puede verse el monarca puso las cosas muy claras para proteger los intereses de la Mesta.

Incluso después la política de los Reyes Católicos fue aún más abierta y taxativa a favor de esos intereses al declarar el libre aprovechamiento y uso de los pastos, abrevaderos, majadas, veredas, descansaderos, baldíos y terrenos comunes de todos los lugares por donde estuvieren los ganados. Fueron generosos, claro está, pero, en contrapartida, recibieron enormes beneficios por las tasas que recibían de los propietarios de los rebaños.

Felipe IV, posteriormente, llegó a establecer que la gran mayoría de los terrenos agrícolas se redujeran a pastos, estableciendo normas de reducción de terrenos de viñedos, por haber crecido, éstos, mucho. Con los Borbones se inició la decadencia del organismo protector, decretando prohibiciones al paso del ganado en olivares y viñedos y que no se causaran molestias a los agricultores en periodos de recolección y sementeras.

En 1813 las Cortes de Cádiz legislaron que las dehesas se pudieran cerrar y acotar en aras al derecho de propiedad dejando más limitados los espacios por donde los ganados pudieran pastar y transitar. Así se formaron las Cañadas Reales. Pero si la Mesta con su organización desapareció a finales del primer tercio del siglo XIX, tuvo una continuación en el fomento de la ganadería con la creación posterior de una Asociación de ganaderos del Reino todavía vigente y activa.

En su favor, la Mesta ha supuesto en el orden económico de España un balance final satisfactorio. Con ella se vigorizó la economía de los lugares donde se implantó, fundamentalmente desarrollando un intenso tráfico de lana merina de altísima calidad como materia prima para la industria textil de otros países y una enorme fuente de ingresos con la exportación. El centro comercial más importante radicaba en Medina del Campo, en su plaza Mayor, todavía la más grande del territorio español en sus dimensiones, desarrollando un activo mercado ganadero imposible ya de reproducir en los tiempos actuales.

Pero hay que destacar que, en definitiva, pese a su desaparición en el túnel del tiempo, la Mesta nos ha dejado en nuestro territorio un gran legado del cual disfrutamos los aficionados al senderismo y la naturaleza cuando paseamos por todos los vestigios de las famosas Cañadas Reales extendidas a lo largo y ancho del Estado español. Y, sobre todo, fundamentalmente pensando en la mejor manera de apoyar a nuestros agricultores y ganaderos en estos tiempos tan críticos para su legítima supervivencia.

  • Luis Javier Montoto de Simón es médico y escritor
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