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TribunaLuis Javier Montoto de Simón

El legado de Napoleón

Su idea era instaurar un gobierno fuerte en Francia que garantizase el orden, la justicia y la verdadera libertad, según su criterio

Actualizada 01:30

Aprovechando la circunstancia actual de la película de Ridley Scott, quiero centrar este comentario sobre el papel del Emperador en los acontecimientos de la época en la que le tocó vivir y su influencia en la Francia posterior a la Revolución. Desde aquel 18 de Brumario de 1799, en el que el azar y la suerte jugaron a su favor, para instaurar el Consulado a través del cual comienza a instaurarse la seguridad económica y el orden administrativo perdidos con el periodo revolucionario. Napoleón se centró fundamentalmente en la idea de la centralización del Estado. Para ello se apoya en la oligarquía burguesa eliminando para siempre el liberalismo político y la gestión asamblearia. No resultó fácil eliminar todos los obstáculos para conseguirlo, pero algunas ayudas y el azar de la suerte, repito, contribuyeron a ello. Elaborando una Constitución que dio una imagen democrática a su gestión pudo disfrazar lo que en realidad era una auténtica dictadura militar. Es verdad que se creó un Senado, un Tribunado y un Cuerpo Legislativo para elaborar las leyes.

Pero es el propio Napoleón quien manda, dispone y propone toda la acción de Gobierno, nombramientos militares, funcionarios y miembros del Senado. Su idea era instaurar un gobierno fuerte en Francia que garantizase el orden, la justicia y la verdadera libertad, según su criterio. Se enfrentó a la anarquía, al poder de las facciones políticas, a los clubs, anulando a todos los protagonistas de las distintas asambleas revolucionarias. Cogió las riendas de la Hacienda Pública para rescatar el valor de un Tesoro público en bancarrota, siendo preciso para ello establecer las cargas fiscales necesarias para sacar adelante el papel del crédito en una economía moderna. La capital, París, las provincias y ciudades más importantes se limpiaron del desorden y de los enfrentamientos entre ciudadanos, que hasta ese momento imperaban por doquier. La mejora de las comunicaciones fue esencial para desarrollar la modernidad del país; reparar los puertos principales para restablecer las vías del comercio marítimo y comenzar a proteger el trabajo agrícola e industrial para reanudar la cadena productiva que levantase de nuevo a Francia al papel que le correspondía en el ámbito de las naciones.

Nada escapó a su mano, el ejército absolutamente controlado bajo su mando y prestigio y la Iglesia, sin persecuciones y apoyada por la administración. Necesitó para ello congratularse con el Papado, arrimándolo a su favor y controlándolo con autoridad cuan resultó preciso. Con todo ello hay que decir que su gran aportación fue la implantación del Código Civil, estableciendo normas de derechos en el ámbito familiar, la educación, el comercio y la propiedad. Francia volvió con ello sus ojos desesperados hacia un salvador, harta de su descomposición ante el asombro del mundo y la satisfacción de sus enemigos, principalmente Inglaterra y el Imperio Austríaco. Ese salvador despertó de nuevo la conciencia ciudadana del deseo del orden, pero un orden que solo podía nacer de la unión restablecida. Se estaban poniendo los cimientos de la «grandeur» nacional. De ahí partió el apoyo casi incondicional de los ciudadanos, haciendo los sacrificios necesarios para la reconciliación de la nación. Napoleón asumió desde el primer momento de su subida al poder que había que tomar el mando con la autoridad y mano dura imprescindibles para ello. Asentar en la sociedad unos cuantos «bloques de granito», como afirmaba continuamente, para la obra que Francia necesitaba y recuperar la paz necesaria con el objetivo de garantizar la estabilidad de sus fronteras y el prestigio en el mundo.

Con todo, no se puede afirmar que la aceptación de sus métodos fuese universal en todo el país, y para ello tuvo que echar mano de severas condenas a muerte sumarísimas contra aquellos que manifestaron su oposición de forma clara y contundente. Tampoco en lo económico la suerte le fue favorable siempre y tuvo que hacer frente a varios reveses financieros que detuvieron la buena marcha de la nación en algunos periodos concretos. Pero en el fondo de todo lo anterior se apoyaría el régimen político durante quince años y toda esta estructura, continuamente reforzada a través de las innovaciones del Código Civil, sostendría al Emperador con firmeza. Pero como en tantas ocasiones, el jefe y el régimen fueron envejeciendo, quizá demasiado deprisa, fruto de la ambición desmedida y el desprecio al hecho de haber dejado a la Europa de aquella época sembrada de cadáveres por los campos de batalla.

  • Luis Javier Montoto de Simón es médico y escritor
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